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martes, 18 de mayo de 2010

travesia La Plata / Mar del Plata 2007



Advertencia: el presente relato versa acerca de una accidentada travesía en kayak (si está publicado acá en qué iba a ser, no?) desde Ensenada (hagan de cuenta que es La Plata) hasta Mar del Plata en la que la mala suerte fue una constante. Está redactada en un lenguaje bastante pobre (así que seguramente no disfrutarán de la lectura), carece de información técnica (fue realizada por cuatro dignos representantes del kayakismo excesivamente amateur o “choto”, así que dudamos seriamente de que de la lectura del relato aprendan algo útil), adolece de datos de las embarcaciones utilizadas así como del equipo (así que si esperaban determinar qué bote o qué equipo comprarse basándose en este relato, estamos seguros que no sacarán ninguna conclusión... probablemente concluyan que es mejor dedicarse a otra actividad acuática teniendo en cuenta que “gente” de nuestra calaña hace kayakismo de travesía) y, en caso de que hasta altura no se hayan dado cuenta, no tiene nada de seriedad. Todo es cierto, salvo alguna que otra mentira. No digan (o mejor dicho, no escriban) que no se los advertimos.

Viernes 02/03/2007: Día cero de la travesía.

Después de una larga espera y una considerable cadena de mails, llamados telefónicos y mensajes de texto, etc. el ansiado día por fin había llegado. Me encontraba en el Club de Regatas La Plata, esperando la llegada del resto del grupo, después de haber pasado las últimas horas viajando en el 130, la costera criolla, el 307 y hasta un remis.
Quiénes constituían el “resto del grupo”? Nada más y nada menos que Esteban Bragagnolo, Gustavo Ayala y Néstor “Vikingo” Rasiak. En los planes originales había un quinto integrante, Gerónimo Etchart, pero lamentablemente no pudo ser de la partida porque prefirió formar parte de la tripulación del Enterprise, como segundo a bordo del Capitán Kirk.
¿El objetivo? Nada que no se haya hecho antes: salir remando desde Ensenada y llegar a Mar del Plata. ¿El plan? Hacerlo en 14 días de remo que, supuestamente, serían los siguientes:

1) La Plata a Atalaya (aprox. 25 millas)
2) Atalaya a Punta Indio (aprox. 20 millas)
3) Pta. Indio a Pta. Piedras (aprox. 15 millas)
4) Pta. Piedras a Rio Salado (aprox. 22 millas)
5) Rio Salado a Canal 9 (aprox. 26 millas)
6) Canal 9 a Canal 1 (aprox. 14 millas)
7) Canal 1 a San Clemente (aprox. 17 millas)
8) San Clemente a Mar de Ajó (aprox. 30 millas)
9) Mar de Ajó a Punta Médanos (aprox. 11 millas)
10) Punta Médanos a Pinamar (aprox. 17 millas)
11) Pinamar a Villa Gesell (aprox. 18 millas)
12) Villa Gesell a Faro Querandí (aprox. 13 millas)
13) Faro Querandí a Mar Chiquita (aprox. 24 millas)
14) Mar Chiquita a Mar del Plata (aprox. 18 millas)

Esto era lo que habíamos calculado para completar sin grandes esfuerzos los más o menos 400 kilómetros que nos separaban de la popular ciudad balnearia, que hace las delicias de hombres, mujeres, niños y, lo más importante, jovencitas... aunque más tarde comprobaríamos que las jovencitas prefieren otros meses para veranear. Obviamente, la idea era hacer todos los kilómetros que fueran posibles cada jornada y por eso habíamos escrito varios mails dónde estaban plasmadas nuestras ocurrencias respecto de cómo optimizar el uso de los días disponibles. Llegamos a imaginarnos llegando a San Clemente en 5 días en lugar de los 7 previstos o en 4 si teníamos el valor y/o la imprudencia de cruzar la bahía de punta a punta. En fin, todas esas cosas que a uno se le ocurren cuando nuestra realidad inmediata es el teclado en lugar del remo, el kayak, el agua, las olas, el viento, la sudestada, el pampero, el cansancio, los mosquitos, el frío y todas las otras delicias que caracterizan la navegación por la costa bonaerense. Como venía contando, estaba esperando al resto del grupo y al final llegaron: en la puerta del club apareció un camión por sobre el cual asomaban las proas de cuatro kayaks.

Mientras bajábamos los botes, Esteban me contó que remaba en un Paraná.... no, en realidad me dijo que a la mañana había salido desde Capitán Bermúdez, después lo había pasado a buscar a Gustavo por San Nicolás, habían ido hasta Coronel Brandsen para encontrarse con el Vikingo, habían hecho los últimos trámites con Prefectura (previa destrucción de una botella de cerveza en las puertas del destacamento, confuso episodio que todavía no termino de entender) y salieron para el club. Después de descargar los botes y los elementos necesarios para la travesía como unas cuantas botellas de bebidas isotónicas marca Trapiche y Colon, las carpas, las bolsas de dormir, la comida, etc. cenamos un espectacular matambre a la pizza preparado por Gustavo y Néstor. Posteriormente a una muy breve sobremesa, que aprovechamos para hablar de viajes, kayaks y kayakistas amigos, conocidos y/ o tristemente célebres (bah, la típica sacada de cuero, práctica que repetiríamos a lo largo del viaje), nos fuimos a dormir en uno de los salones del club.

Sábado 03/03/2007: “Ojo que hay marejada”

Al menos en apariencia, la travesía empezaba bien: desde los ventanales del salón donde pasamos la noche se veía que el día estaba soleado y se escuchaba el trinar de algunas aves. Mientras algunos empleados del club realizaban sus tareas matinales, nos cambiamos la ropa roñosa que teníamos puesta por otra más roñosa que usaríamos para remar, e hicimos un nutritivo desayuno que incluyó galletitas dulces surtidas, mate, café y los restos del matambre. Al mismo tiempo que cargábamos los últimos elementos en los kayaks, se acercaban algunos socios del club a curiosear y a hacer preguntas acerca del viaje y los botes. Una de estas personas aprovechó la conversación para advertirnos: “Ojo que afuera hay marejada”. Le agradecimos por la información y creo que todos subestimamos la advertencia, suponiendo que simplemente nos encontraríamos con algunas olitas en el río que harían nuestra navegación más entretenida. Casi estábamos listos cuando apareció un semirrígido de dos motores de la PNA con dos tripulantes con la intención de escoltarnos hasta la entrada del puerto. Pusimos los botes en el agua y empezamos a remar lentamente, como para ir calentando los brazos. Cerca del río Santiago, enfrente de la escuela de oficiales de la Armada, pudimos divisar la inconfundible silueta de la fragata Libertad, fondeada sobre la margen derecha del río. Según me enteraría después, estaba allí desde hacía unos dos años, recibiendo mantenimiento.

No faltarían más de 300 metros para llegar al Río de La Plata cuando empezamos a escuchar el ruido de las rompientes, el cual era bastante intenso para lo que esperábamos encontrarnos. No podíamos ver las olas porque sobre la margen derecha hay una escollera bastante alta, así que el suspenso se iba a mantener hasta el último momento.
Para los que no conocen el puerto de Ensenada, desde la escollera de cemento, hay dos hileras de postes separados por unos 50 metros que finalizan unos dos mil metros río adentro. Las embarcaciones que ingresen al puerto deben pasar entre ellas, lo que puede representar un peligro bastante serio para un velero si el río está picado, ya que estos postes asoman unos 50 cm sobre la superficie.
Con qué nos encontramos cuando pasamos la escollera? Las olas, que parecían de mar por el tamaño, rompían encima de los postes, así que los mismos a veces se veían y a veces no. La velocidad del viento era de 28 km/h, las ráfagas de 40 km/h, las olas de más de dos metros y nuestras pulsaciones rondarían las 120 por minuto. Mientras Esteban y yo discutíamos si convenía cruzar entre los palos o remar los dos kilómetros que nos separaban de la salida (en realidad, lo más razonable hubiera sido quedarse jugando al truco en las instalaciones del Regatas), Gustavo, haciendo despliegue de una mezcla de coraje e inconciencia (en porcentajes de 10% y 90% respectivamente), los encaró pasando entre ellos. Por lo tanto, no quedó más remedio que actuar, siguiendo con nuestra costumbre de hacer predominar la acción por sobre el pensamiento. Crucé yo, después Esteban y por último el Vikingo. Comprobamos que Hugo Sírtori hace buenos botes porque el Starloc de Néstor golpeó uno de los postes y no le ocurrió absolutamente nada.
Por los números que mostraba el GPS, ahora conocido como asesino de baqueanos, el objetivo a cumplir en el primer día no lo lograríamos ni en sueños. Podríamos considerarnos afortunados si llegábamos hasta el balneario La Balandra, distante a unos 15 kilómetros de nuestro punto de partida. Mientras avanzábamos como podíamos sobre las olas que a veces ocultaban al kayak que teníamos adelante, se produjeron dos vuelcos. El primero fue de Esteban, que pudo rolar. Cuando le ocurrió lo mismo al Vikingo, no tuvo tanta suerte. Además, como venía último, tuvo que levantar el remo para que pudiéramos verlo entre los corderitos. Acompañando a Néstor hasta la costa retrocedimos bastante, pero no lo podíamos abandonar porque además de un amigo era el cocinero designado de la travesía y teníamos que comer en los días venideros.
Llegamos a la costa justo en uno de los tantos balnearios de zona sur. Este que nos había tocado en suerte se llamaba Palo Blanco y parecía un lindo lugar para detenernos no más de 30 minutos. Almorzamos y volvimos al agua con intención de ir hasta otro balneario que no estaba a más de 5 kilómetros, del cual salían varias tablas de windsurf... y en este momento se iniciaría el peor momento del viaje. Sobre la cubierta delantera no tuve mejor idea que llevar un bolso que se ve que recibió muchos golpes de las olas porque los ojales por los cuales pasaba un elástico se descosieron. El bolso quedó colgando de la cubierta mientras estábamos en el río y así era imposible seguir navegando porque el kayak no avanzaba. Traté de alcanzarlo con la pala para subirlo nuevamente a la cubierta pero no fue posible. Pedí ayuda al Vikingo y tampoco tuvo éxito porque era complicado, por las condiciones del río, que dos botes con dos kayakistas como nosotros permanecieran muy cerca. El primero de mis errores fue llevar ese bolso de fabricación casera encima de la cubierta. El segundo, y más grave, van a ver cuál fue.
Le comenté al Vikingo que volvería hasta la costa para solucionar el problema del bolso (“solucionar el problema” consistía en desenganchar el bolso a las puteadas, tirarlo adentro del cockpit y convertirme en faquir para poder ingresar en el Franky después) y que los alcanzaría más tarde. Cuando el río parece una pileta o un dulce de batata gigante (metáfora con copyright de la India) por la calma de sus aguas, la idea de separarse del grupo no es tan descabellada.
En cambio, cuando hay una sudestada de características importantes como la de ese día, apartarse del resto es una estupidez.
En fin, volví a Palo Blanco, desenganché el bolso y lo dejé dentro del cockpit. El guardavidas del lugar intentó convencerme, sin éxito, de que permaneciera en la costa porque consideraba que el río estaba bastante peligroso. Volví al agua y me dirigí directamente hacia el balneario de los surfistas, suponiendo que mis compañeros ya iban remando en esa dirección. El resto del grupo, con buen sentido, no había seguido remando. Me estaban esperando enfrente de Palo Blanco, aunque después me dijeron que con la deriva terminaron aguas arriba. Los tres me vieron salir remando paralelo a la costa y, después de un rato, no fui visible porque me taparon los corderitos, aunque de esto y otros detalles me enteraría más tarde.
Para cubrir la distancia de pocos kilómetros que me separaba del balneario tardé muchísimo tiempo, y al llegar allí me sentía como si hubiera remado más de 40 kilómetros. Cuando no encontré a ninguno de mis amigos en el lugar, que se llamaba La Bagliardi, además de cansado me sentí sorprendido ya que era imposible que yo hubiera llegado antes que ellos. No quedó más remedio que preguntar a algunas personas que estaban allí si habían visto algunos kayaks y me dijeron que no. Parecía que el asunto no mejoraba. Al rato, apareció un hombre que dijo haberlos visto seguir de largo. Otra persona comentó que seguramente habían seguido de largo y entrado en un arroyito que había pocos metros más adelante, para refugiarse del viento. Lo que me contaban me parecía raro, porque no deberían haber cambiado de planes sin haberme notificado de algún modo, pero tenía tanto interés en encontrarlos que no era el momento para reflexionar. Me parecía que la única opción era seguir remando hasta encontrarlos.
Subí al kayak y me interné nuevamente en el Río de La Plata, buscando la boca de ese arroyo. Afortunadamente, la misma se encontraba muy cerca de La Bagliardi, aunque el ingreso era complicado por la rompiente, ya que las olas me arrojaban muy cerca de unos árboles.
A medida que me internaba en el curso de agua, sospechaba que la probabilidad de encontrarlos aquí era muy baja. Las costas del arroyito estaban inundadas, y a ninguna persona con un poco de sentido común se le hubiera ocurrido armar un campamento en un lugar así... ni siquiera a ellos. Mientras estaba sumergido en estas cavilaciones, sobre la margen izquierda, noté la presencia de un velerito muy maltratado amarrado a un muelle bastante derruido de una precaria casita, típica de las islas, construida sobre unos pilotes. Cuando me estaba poniendo nostálgico recordando las delicias del Tigre, donde estas casas son tan típicas, observé que en el tronco de un árbol cercano a la vivienda había atado del cuello el maniquí de una mujer. Evidentemente, no era el lugar más indicado para bajarse a preguntar porque no creo que el dueño de casa se dedicara al diseño de ropa. Después de hacer girar la bote 180° lo más rápido posible, volví al Río de La Plata.
¿Qué hacer? Lo único que se me ocurría hacer era buscarlos un rato más en la costa y, si no los encontraba, acampar en la Bagliardi e intentar comunicarme con ellos de algún modo. Mi situación se iba complicando porque faltaba poco para las 17:00 horas y el viento se iba intensificando. Me preguntaba por dónde andarán cuando veo que se me acerca un gomón con tres tripulantes, haciendo sonar un silbato. Uno de ellos me gritó “Adónde te pensás que vas? Te está buscando Defensa Civil y la Policía”. Bastante sorprendido por el comentario, le expliqué que estaba buscando a mis amigos, que también remaban en kayak. Cuando me respondió que ellos estaban aguas arriba, no comprendía cómo no los había visto. Me pidieron que bajara en La Bagliardi, así que les hice caso. Cuando me acercaba a la costa había dos surfistas sentados en sus tablas (sí, surfistas, los que usan tablas sin velas) esperando olas. O el río estaba muy picado, o estos muchachos tenían una increíble capacidad para ilusionarse.
Una vez en tierra, me informaron de la situación: Gustavo, Esteban y el Vikingo estaban en Palo Blanco y ellos habían llamado a Defensa Civil para que me saliera a buscar. Seguía sin entender cómo no los había visto. Al rato aparecieron dos oficiales de PNA que venían a buscar a un supuesto ahogado y que terminaron solicitándome mis datos. La gente de Defensa Civil se comunicó con Palo Blanco a ver qué íbamos a hacer. Al final decidieron llevarme hasta allá con kayak y todo, así me reunía con el resto del grupo. Cuando estuvimos todos juntos, me explicaron que me habían esperado flotando enfrente de Palo Blanco y que al poco rato de verme salir de allí me perdieron de vista. Como no era posible alcanzarme, volvieron a Palo Blanco para determinar qué hacer. Mientras estaban en tierra, hicieron una pequeña exploración que los condujo a encontrarse con una comunidad de consumidores de bebidas espirituosas de calidad bastante dudosa quienes les advirtieron que, de permanecer en el lugar, serían robados y sometidos a prácticas sexuales contra natura.
Parece que fue una de estas personas, cuando su cerebro hizo la única sinapsis funcional que mis compañeros pudieron presenciar, la que les recomendó que se comunicaran con Defensa Civil, y allí fue cuando el problema que yo generé se agravó innecesariamente. De un kayakista extraviado pasé a ser un kayakista en peligro y, según me enteré más adelante, un ahogado. Más allá de los contratiempos, lo importante era que estábamos todos juntos nuevamente, aunque parezca el cierre de un episodio de los Campanelli, y con la esperanza de seguir con el viaje... porque todavía teníamos esperanzas. Cenamos unos fideos y nos acomodamos como pudimos en una construcción, que no era más que unos palos y unas chapas, así que de aquí en más se conocerá a este lugar como la tapera de Palo Blanco.

Domingo 04/03/2007: “No tengo parientes tan feos”.

A diferencia del día anterior, éste no se veía muy alentador: el viento había perdido intensidad, aunque parecía que no la suficiente, y, en el cielo, se veían algunos nubarrones anunciando tormenta. Se acuerdan cuál era el plan? Teóricamente, deberíamos encontrarnos en Atalaya y deberíamos salir para Punta Indio. Sin embargo, nos encontrábamos a cuatro kilómetros y medio de la desembocadura del río Santiago, y la idea de permanecer otro día allí, en la tapera, sin poder remar no nos hacía ninguna gracia. Mientras desayunábamos , cargábamos los botes y el dueño de la tapera, de rasgos aindiados, nos observaba. Cuando prestó atención al nombre de mi kayak, “Bragado”, me preguntó si era de allí. Le respondí que sí y comentó que tenía parientes por la zona, pero como no eran tan feos seguramente no los unía ningún lazo sanguíneo conmigo. El chiste era preocupante, teniendo en cuenta que el aspecto del “cacique” que no era el de Brad Pitt precisamente. Después, llevamos los kayaks hasta la playa, con la convicción de quedarnos en tierra únicamente si comprobábamos que no se podía avanzar, como kayakistas porfiados que somos. Los corderitos no tenían el mismo tamaño que los del día anterior, pero Eolo seguía soplando con fuerza. Uno podía soltar una pala con poco cruce y la misma, en lugar de caer directamente, “planeaba” un par de metros. Mientras hacíamos esto y nos preguntábamos si alguno de nosotros traía algún producto del Capitán Tormenta, vimos salir del puerto a la Fragata Libertad. Media hora de remo y puteadas en el mismo lugar nos bastó para confirmar que el segundo día de nuestro viaje también lo pasaríamos en Berisso. Devolvimos todo a su lugar, y volvimos a ubicarnos en la tapera.

Como Esteban y Gustavo se fueron caminando hasta el pueblo, aprovechamos para encargarles cigarrillos. El resto del día transcurrió entre mates, conversaciones entre nosotros en las que hablamos bastante de los kayakistas que conocemos y conversaciones con los guardavidas del lugar, quienes aprovecharon para comentarnos que no podían creer que hubiéramos estado remando el día anterior. Uno le había comentado a otro que seguramente nos estábamos entrenando para el río Atuel. Le respondí que el Atuel era bastante más tranquilo que la sudestada del día anterior.

Lunes 05/03/2007: La calma después de la tormenta.

Se habría terminado la mala suerte? Por el aspecto del día, parecía que sí: soleado, caluroso y casi sin viento, justo ahora que venía del norte. Si por un momento uno se olvidaba de la zona de Buenos Aires en la que nos encontrábamos, hasta podía llegar a ver a Palo Blanco como un sitio paradisíaco. Sin embargo, como previamente a las horas de remo no consumíamos bebidas alcohólicas, no olvidábamos que estábamos en Berisso y que teníamos que salir a toda máquina de allí porque, según el plan, hoy deberíamos estar saliendo de Punta Indio. No se trataba de demostrar nada a nadie con esta actitud de ajustarse a lo planeado, simplemente no queríamos pasarnos las vacaciones remando en el Río de La Plata, ya que la probabilidad de avistaje de pompis decentes en la bahía de Samborombón es bastante escasa. Remamos hasta Atalaya, y allí nos detuvimos para almorzar. Después del almuerzo, avisamos a PNA que intentaríamos seguir hasta Punta Indio pero que si no era posible llegar acamparíamos sobre la costa, que sabíamos que era relativamente alta. Esto último fue lo que ocurrió al final porque poco antes de las 17:00 todavía nos faltaban 17 km para llegar a Punta Indio. Nos detuvimos en un lugar alto que encontramos, armamos las carpas y amontonamos unas cuantas ramas para hacer una fogata. Al menos en esa zona, la costa es bastante atractiva para acampar porque hay gran cantidad de árboles, no hay barro, el suelo es sólido y está cubierto por pastos cortos. Cuando intentamos informar nuestra posición , con ninguno de los teléfonos celulares fue posible comunicarse con PNA. Con los dos VHF pasó exactamente lo mismo. Sin embargo, Néstor pudo comunicarse con Erick, con quien veníamos comunicándonos a diario para que nos pasara los pronósticos meteorológicos, y le pidió que llamara al 106 para decirle a PNA cuál era nuestra situación. Antes de las 22:00, todos estábamos durmiendo con la excepción de Gustavo, que se quedó tomando vino y disfrutando del paisaje nocturno: río planchado y luna llena.

Martes 06/03/2007: Reencuentro.

Por la mañana, el río seguía igual que cuando lo vimos por última vez la noche anterior: totalmente calmo. Mientras desarmábamos la carpa que compartíamos con el Vikingo, notamos en el interior de la misma la presencia de una pequeña ranita y lamentamos la suerte del pobre animal, ya que le habían tocado como compañeros de habitación dos especimenes como nosotros. Después de salir, no hizo falta remar mucho tiempo para ver, a lo lejos, las ruinas del hotel ubicado al lado de la playa de Punta Indio. Mientras nos acercábamos al lugar, veíamos sobre la costa algunas boyas que se han desprendido de su anclaje y permanecerán allí hasta que el óxido las haga desaparecer. Nos detuvimos en la playa y aprovechamos los tanques de agua del camping para recargar nuestras botellas.

Mientras comíamos algo antes de reanudar la remada, apareció un jeep de la PNA que se detuvo en cuanto nos vio. Esteban y yo nos acercamos al jeep y, cuando los que venían en el vehículo se bajaron, reconocí la cara de uno de ellos. Cuando empezamos a conversar, lo primero que nos preguntaron era si se había ahogado uno de nosotros. Le explicamos que lo que había ocurrido el día de la salida fue un simple desencuentro y que después los acontecimientos fueron magnificados. Mientras charlábamos, tuve la sensación de que el oficial que me resultaba familiar también me reconoció. Así que le pregunté si él no había estado en un gomón buscando a dos kayakistas el año pasado y respondió que sí, recordando el hecho. Definitivamente, no era ni el momento ni el lugar para decirle que el supuesto ahogado de Ensenada había sido yo. La conversación siguió acerca de los kayakistas que casi cada año pasan por el lugar y comentó que una vez hasta pasó uno que iba solo. “Era yo” le dijo Esteban, como para que este buen hombre piense que los kayakistas “problemáticos” nos terminamos juntando. Le comentamos que pensábamos seguir hasta Punta Piedras y dejar atrás la zona de toscas donde el año pasado con Martín nos varamos, por lo que nos sugirió que entonces podíamos acampar en un lugar llamado La Monita, que parecía que tenía hasta un canal de ingreso para embarcaciones de poco calado. También nos recomendó que cuando pasemos por un destacamento de PNA ubicado antes de llegar a Punta Piedras, demos aviso de nuestra posición. Nos despedimos de los oficiales y, mientras nos acercábamos a donde se encontraban Gustavo y el Vikingo, le comenté a Esteban que sería mejor que la próxima vez que toque hablar con PNA se encarguen los otros dos que, al menos por ahora, no son tan conocidos o tristemente célebres. Volvimos al remo y en muy poco tiempo pasamos por las instalaciones del Quincho Castelli. Después de ver el lugar, todavía no puedo creer que Martín y yo lo hayamos pasado de largo el año pasado porque es muy visible desde el agua. La otra sorpresa fue la antena del puesto de PNA, porque tampoco recordaba haberla visto. Desde los botes no pudimos modular, así que me acerqué a la costa y les hice señas a unas personas vestidas de caqui que se veían en los alrededores de la antena, que terminaron acercándose para que les pudiera informar que pensábamos llegar hasta La Monita. Más adelante, cuando vi el galpón de la estancia donde está ubicado el faro, les comenté a mis compañeros que en esa zona nos habíamos varado el año anterior. Me tranquilicé mucho cuando comprobé que teníamos profundidad suficiente para remar un buen rato más y después de pasar al lado de los restos de una boya enfrente de la cual me había varado yo. Debido a que estábamos un poco cansados y encontramos una costa relativamente alta y accesible, decidimos detenernos antes de llegar a La Monita. El lugar donde nos detuvimos no tenía las características del utilizado el día anterior, pero parecía que serviría a nuestro propósito. Subimos los botes, armamos las carpas y amontonamos una gran cantidad de leña para la fogata acostumbrada.

Últimamente, el fuego lo venía encendiendo Gustavo porque el Vikingo no estaba teniendo éxito en iniciar los típicos fuegos nocturnos. Esa noche Néstor decidió cortar por lo sano y asegurarse de que la situación no se repitiera. Después de una serie de intentos infructuosos de encender las ramas con un encendedor, sacó una de las bengalas del Starloc y se aseguró que la leña ardiera. Cenamos a la luz del fuego, disfrutando de la imagen nocturna del río. Esta vez, Punta Piedras nos mostraba su mejor cara.

Miércoles 07/03/2007: Otro cumpleaños en el Salado.

Cuando salí de la carpa y vi que el agua no había bajado mucho, casi nada, me hizo sentir muy tranquilo tener la certeza de que esta vez, a diferencia de un viaje realizado el año anterior, Punta Piedras no nos complicaría la salida obligándonos a portear los botes centenares de metros sobre toscas y barro. Sin embargo, la jornada no estaría libre de dificultades porque soplaba un fuerte viento este, que seguramente nos produciría alguna complicación a los “vivos” que remábamos sin timón. No había transcurrido mucho tiempo de la salida, cuando pasamos frente a una casa al final de un pequeño canal que, supusimos, se trataba de La Monita. A partir de ahora casi no se verían árboles en la costa cercana al río, ya que la flora estaba conformada únicamente por unos pastos duros y bajos, paisaje típico de la bahía. Seguimos remando, mientras las olas y el viento nos dificultaban el mantenimiento del curso. Al mismo tiempo, se iba agravando una molestia que Gustavo venía sintiendo en el antebrazo izquierdo casi desde el día de la partida. El Vikingo, como era de esperarse en estas condiciones, iba en punta sin ningún esfuerzo. Unas horas más tarde, cuando pasamos enfrente de las antenas que supuestamente indicarían la ubicación de Pipinas, nos motivó saber que faltaba nada más que la mitad del camino. Al mediodía, Néstor nos avisó que por fin se veía la antena del destacamento de PNA del Salado. Llegamos a destino antes de las antes de las 14:00, cansados de haber remado con olas de costado todo el tiempo. Apenas bajamos, hicimos uno de esos almuerzos característicos de la vida del kayakista o, mejor dicho, del kayakista con escaso sentido del gusto que combina galletitas dulces con atún en aceite. Gustavo estaba más callado que de costumbre, preocupado porque lo que antes había sido una molestia se había convertido en una desagradable sensación cada vez que movía el antebrazo, como si entre los músculos hubiera arena. Le comenté que, lamentablemente, en mi primer viaje a Martín García terminé con una lesión igual, que me obligó a hacer un tratamiento durante 15 días en los que, obviamente, no pude remar. Después de instalarnos en un galpón con aspecto y olor de depósito de combustible, nos bañamos por primera vez desde la partida y partimos hacia una pulpería que hay cruzando el puente que se encuentra sobre el Salado. Mientras tomábamos unas cervezas para festejar mi cumpleaños, en el caso de que fuera imaginable un festejo en una pulpería al lado de la ruta 2 en el Salado (según el bendito plan el festejo iba a ser en el Canal 9, así que iba a ser un bodrio de cualquier modo), conversábamos acerca del problema que tenía Gustavo y tratábamos de buscarle una solución para que él pudiera continuar con nosotros pero sin arriesgar su salud o por lo menos sin arriesgarla demasiado, como para que no hubiera que amputarle el brazo si se complicaba la cosa. Ya era de noche cuando volvimos al destacamento, decididos a irnos a dormir sin cenar. El parte meteorológico para el día de mañana no era alentador, pero no nos preocupó demasiado la posibilidad de quedarnos un día allí. Parece ser que con la cantidad indicada de alcohol en sangre, las malas noticias no parecen tan malas. Teníamos la esperanza de que si Gustavo descansaba un día, podría recuperarse para seguir viaje.

Jueves 08/03/2007: Matando el tiempo en el Salado.

Desgraciadamente, el pronóstico meteorológico se cumplió y el efecto de la cerveza se había pasado. Por lo tanto, la lluvia estuvo presente casi durante todo el día, obligándonos a permanecer en ese galpón que olía a gasoil la mayor parte del tiempo. Cuando la misma se detenía, aprovechábamos para salir a caminar por las inmediaciones del destacamento, donde no había mucho para ver: algún auto que pasaba, algunos árboles, algunas casas, algunos barquitos pesqueros abandonados sobre las costas del río de márgenes barrosas y muchísimos cangrejos. Deberíamos encontrarnos camino al canal 1 y estábamos varados en el Salado, así que Mar del Plata estaba cada vez más lejos. Durante todo el día Gustavo alternó hielo y calor sobre el antebrazo, para intentar aliviar su lesión sin éxito. Lo más razonable parecía ser que dejara de remar para no agravarla. Por la tarde, el aburrimiento se me hizo tan insoportable que intenté inaugurar en el Salado la pesca de carpas al estilo esquimal sin ningún tipo de éxito. Antes de irnos a dormir, la gente de PNA nos pasó otro parte meteorológico alertando de la llegada de un frente frío y tormentas en la zona. A esta altura nos preguntábamos que habíamos hecho en la vida para merecer esto.

Viernes 09/03/2007: Las cosas se ven mal.

Después de firmar el último alerta meteorológico recibido en el Salado para que PNA tuviera una constancia de que partiríamos con conocimiento de las condiciones climáticas, fuimos poniendo los kayaks en el agua. Desde el muelle, Gustavo nos saludaba mientras nosotros remábamos hacia la desembocadura del río. Para variar, la salida se complicó en algún momento por la escasa profundidad, así que avanzábamos al estilo gondolieri, enterrando la cuchara en el barro e impulsándonos. La idea, según el bendito plan que teníamos antes del viaje y que estaba cada vez más lejos de concretarse, era salir del Salado y llegar hasta el Canal 9 describiendo una línea recta de dirección norte-sur. Ahora bien, esto tiene como consecuencia que durante una gran parte del viaje prácticamente no se vea la costa, lo que no es recomendable principalmente si uno es un referente del kayakismo choto. En total contradicción con el alerta meteorológico que anunciaba hasta granizo, el día estaba soleado y soplaba un moderado viento oeste que, conforme avanzó la mañana, se fue haciendo cada vez más intenso. Por lo tanto, el aumento de la velocidad del viento fue directamente proporcional a la cantidad de grados en que fuimos modificando el rumbo, en dirección hacia la costa. El sur se hizo sudoeste y más tarde, cuando el viento era muy intenso, navegábamos casi al oeste, buscando la boca del canal 15 porque nuestra velocidad era muy baja como para llegar al 9. Cuando divisamos la antena del destacamento policial de Cerro de la Gloria, supimos que estábamos cerca y navegamos contorneando la costa de la bahía para protegernos del viento hasta llegar a la desembocadura, con la intención de detenernos en el camping que hay unos 8 kilómetros aguas arriba. Bastó con comprobar que nuestra velocidad era de 3,3 km/h al momento de ingresar al canal para decidir que acamparíamos en el primer lugar alto que encontráramos, y eso fue lo que hicimos. Nos dirigimos hacia la margen derecha porque vimos algo que parecía ser una casa en medio de un monte. Subimos los kayaks a tierra, comimos algo y nos dedicamos a explorar las inmediaciones.

En el mejor de los casos, la casa parecía ser un refugio de fin de semana para pescadores, aunque también podía tratarse de una guarida de malvivientes, en cuyo caso, de volver los dueños de casa, podría llegar a cumplirse la profecía de los bebedores de Palo Blanco.... y nosotros podríamos pasar a ser la inspiración para una futura película llamada “Secreto en la Bahia”. Pero bueno, nadie apareció en el lugar así que hicimos lo que se nos dio la gana. Néstor llamó al 106 y, en lugar de ser atendido por PNA, se comunicó con la policía, quienes no tuvieron inconvenientes en avisar a la prefectura de nuestra situación. Esta vez el Vikingo hizo fuego sin necesidad de sacrificar ninguna bengala y nos sentamos alrededor de este para cenar una picada que acompañamos con algún tinto. En algún momento de la conversación, Esteban comentó “Si viene un frente frío, los vientos predominantes son del oeste y del sur”. Lo único que nos faltaba, un sur para el día siguiente. Pero no podíamos tener tanta mala suerte, todavía abrigábamos la esperanza de llegar al Canal 1 al día siguiente. Cuando el vino empezó a hacer efecto, nos fuimos a dormir sin armar la carpa, disfrutando durante el minuto y medio que aguantamos despiertos el hermoso espectáculo de un cielo estrellado mientras los cangrejos caminaban entre nosotros

Sábado 10/03/2007: Las cosas se ven peor.

Hoy se cumplían 8 días desde la fecha de la partida. El año pasado, con Martín habíamos tardado esa cantidad de tiempo para llegar desde Tigre hasta San Clemente. Nosotros habíamos salido de Ensenada, lo que representaba un día y medio de ventaja si lo comparamos con el viaje del año pasado y, con algo de suerte, al octavo día llegaríamos nada más que al Canal 1. Para colmo de males, el viento venía del sur como había pronosticado Esteban. Si no llegábamos al canal 1 y teníamos que conformarnos con llegar hasta el 9, íbamos a estar 5 o 6 días para cruzar la bahía, cuando la pensábamos hacer en 4 y se la ha realizado habitualmente en 3. Pero bueno, en ese momento las comparaciones sólo servían para amargarse. Si ese estado de ánimo le sumábamos el paisaje desolado de la bahía (agua, agua, agua y una línea en el horizonte que hace las veces de costa), el viento en contra, el agua de las olas que nos mojaba y el catálogo completo (porque las había de todos los tamaños y colores) de nubes de tormenta que teníamos encima (que arrojaron alguna que otra lluvia), el resultado era preocupante: una remada, una puteada, y así sucesivamente. La mayor parte del día remamos a una velocidad de entre 4 km/h y a veces arañando los 6 km/h, cuando mermaban las ráfagas de viento más intensas. Creo que a lo que estábamos haciendo ya no se lo podía denominar vacaciones.
Después de unas horas en el agua, ya era un hecho asumido que al canal 1 no íbamos a llegar en un plazo razonable, así que comenzamos a buscar, resignados, la boca del 9. Unos cinco kilómetros al norte, vi la entrada del canal que el año pasado con Martín confundimos con el 9. Todavía sigue firme en su lugar la boya que debe haberse desprendido del algún canal navegable y que facilita ubicar esta entrada desde lejos. Acampamos en un montecito de pequeños árboles ubicado justo en la desembocadura del canal 9, sobre la margen derecha.

Esta vez, marcando el 106, nos comunicamos con seguridad vial, a quienes hubo que explicarles que éramos tres kayakistas (aunque hubiera sido conveniente empezar la explicación diciendo lo que es un kayak) yendo para Mar del Plata así ellos le avisaban a PNA. Después de que los mosquitos se hicieron un festín, nos fuimos a dormir los tres a una sola carpa, así que Esteban aprovechó para deleitarnos con su repertorio de chistes verdes hasta que cerramos los ojos.

Domingo 11/03/2007: Norte.

A diferencia del día anterior, las únicas nubes en el cielo eran algunos cirros. Como hacíamos todos los días, desarmamos el campamento, cargamos los botes y remamos hacia las aguas del Río de La Plata. Sospechábamos que la dirección del viento había cambiado a nuestro favor, pero esperamos hasta salir del canal, libres de cualquier reparo, para confirmarlo. Era increíble, pero estaba soplando viento norte, aunque la intensidad era entre leve y moderada. Sin embargo, como los días previos el viento cobraba fuerza conforme pasaban las horas, nuestra suerte podía mejorar más tarde. Después de tantos días en los que casi nada de lo planeado salió bien, teníamos viento a favor. Dudábamos si sería factible llegar hasta San Clemente directamente desde el canal 9 pero de algo estábamos seguros: si había un momento para remar, era ese. Empezamos a surcar las aguas del río bastante entretenidos porque las olas se fueron haciendo más grandes y algunas podíamos barrenarlas. El pico de euforia más alto de ese día fue ver, a nuestra izquierda, un palito rodeado de agua que no era otra cosa que el faro de Punta Rasa. Tomándolo como referencia, hicimos que nuestras proas apuntaran a la derecha del mismo, con la intención de llegar hasta la Tapera de López. A medida que pasaban las horas y se reducía la distancia que nos separaba de San Clemente, se fueron haciendo visibles los montes, las antenas, los edificios, las playas de conchillas y la costa nos fue rodeando. Decidimos acercarnos al edificio más grande que se veía en la costa y fue una decisión acertada porque se trataba de la famosa Tapera, aunque en algún momento hasta llegamos a sospechar que íbamos a terminar entrando en Mundo Marino. Descendimos en el club, sacamos los botes del agua y nos instalamos en un quincho de grandes dimensiones, que amablemente nos facilitó la gente de allí. Para ir a la ciudad, aprovechamos la invitación de gente de PNA de Gral. Lavalle que se encontraba en la Tapera, que se ofreció a llevarnos en una camioneta. Hicimos una breve recorrida por el centro de San Clemente, cenamos y volvimos a la Tapera antes de las 22:00 para dormir, contentos porque nuestra perspectiva respecto del viaje había cambiado.

Lunes 12/03/2007: Sea kayaking.

La dirección del viento que soplaba era noreste, de intensidad moderada. Iba a ser nuestro primer día en el mar y convenía estar lo mejor preparados posible: antes de salir, atamos todo lo que llevábamos en la cubierta y no dejamos nada suelto en los cockpits de los kayaks. Salimos de la Tapera casi con viento en contra y poca profundidad, lo que hizo más lento el recorrido. Tocando el fondo con la pala, pasamos por una canaleta donde suelen verse los kitesurfers característicos de Punta Rasa y llegamos al lugar donde el río y el mar se mezclan, apareciendo el color verdoso y los movimientos lentos y pausados característicos de las aguas marítimas. Nuestro objetivo para el día de la fecha? Intentaríamos llegar hasta Mar de Ajó. A lo largo de la jornada, el viento nos ayudaría a veces porque se formaban lindas olas para barrenar y así aumentar nuestra velocidad por unos segundos. Después de dejar atrás Las Toninas, nos detuvimos en una playa solitaria para almorzar unas latas de frutas donde nos llamó la atención la gran cantidad de aguas vivas de considerable tamaño que las olas depositaban sobre la arena.

Continuamos el viaje y, a la altura de Santa Teresita, apareció una moto de agua de PNA para recibirnos. Por la hora del día, se nos iba a complicar seguir hasta Mar de Ajó, donde Esteban recordaba que había un destacamento de PNA. El sol iba a bajar en menos de dos horas, y los edificios de esta localidad se veían un poco lejos todavía como para llegar en tiempo y forma. Cuando nos enteramos que en Mar del Tuyú también había un destacamento, decidimos que nos detendríamos allí. Por lo tanto, terminamos saliendo del mar justo enfrente del puesto de PNA, gracias a la indicación de la moto de agua. Debido a la escasa extensión de las playas del lugar, no representó un gran esfuerzo trasladar los botes hasta una zona más alta, a salvo de la marea. Mientras disfrutábamos de las últimas horas de luz frente al mar, sintiendo que por fin estábamos de vacaciones (impresión favorecida por el avistaje de algunos ejemplares de la fauna femenina local), el prefecto del lugar nos relató un hecho reciente acontecido a un kitesurfer, el cual puede decirse que era una verdadera historia de terror. Esta persona había salido de Punta Rasa y el viento lo llevó mar adentro, sin posibilidades de volver. No se sabe muy bien como, después de horas de flotar a la deriva y sin tierra a la vista, creyó ver algo que parecía ser la costa. Levantó la vela y se dirigió a tierra, terminando en las cercanías del canal 9, después de estar extraviado casi 48 horas y de que PNA lo hubiera buscado con embarcaciones y el helicóptero. Debido a que no estábamos muy motivados para armar la carpa, le pedimos permiso al prefecto para tirar las bolsas de dormir en las cercanías del destacamento ya que no nos molestaba dormir en la calle si eso significaba poder salir más temprano al día siguiente. Mientras nos tomábamos unas cervezas enfrente de la playa, nos sentíamos experimentando de una vez por todas las vacaciones que habíamos imaginado.

Conversábamos acerca de los pronósticos que Erick, Alejandro y Gustavo habían vuelto a pasarnos y respecto de que nos restaban 90 kilómetros para llegar a Villa Gesell, por lo que estimábamos estar ahí dentro de tres días. Sin embargo, se nos ocurrió que podríamos intentar hacer dos jornadas de remo de 45 kilómetros para llegar a Villa Gesell el miércoles 14 de marzo. De lograr esto, tendríamos disponibles 3 días para llegar a Mar del Plata. No parecía imposible, pero tampoco parecía fácil ya que los 45 kilómetros marinos no son lo mismo que hacer la misma distancia en el delta. Después de reaprovisionarnos en un supermercado y de cenar unas empanadas en una rotisería, nos acomodamos con las bolsas de dormir estilo homeless en las inmediaciones del destacamento. A pesar de todo lo que había ocurrido, parecía que seguíamos en carrera hacia MDQ.

Martes 13/03/2007: Hallazgos.

Salimos bastante temprano, en parte porque no habíamos armado campamento y en parte porque estábamos muy cerca del agua, lo que simplificaba mucho los preparativos. El viento seguía siendo del este, dirección hacia la que había rotado la noche anterior, provocando que Esteban y yo nos quedemos sin reparo mientras estábamos durmiendo, así que comprobamos que es dura la vida del croto.

El día estaba soleado y fue muy placentero remar cerca de la playa, justo detrás de las rompientes, en dirección hacia Mar de Ajó. En esta localidad descendimos justo enfrente del destacamento de PNA, supuestamente con la intención de dar aviso de cuál sería nuestro próximo destino. Teniendo en cuenta que Esteban venía comentando desde el canal 9 que en Mar de Ajó fue el único lugar donde vio personal femenino en PNA, con el Vikingo sospechábamos que la intención en realidad había sido otra. En fin, quedará como una más de las tantas incógnitas del viaje.

Volvimos al agua después de comer una lata de frutas, sabiendo que hasta el faro el paisaje costero estaría conformado únicamente por médanos. A lo lejos, la delgada estructura del faro de Punta Médanos nos recordaba que deberíamos esforzarnos para llegar hasta allí y, de ser posible, continuar para reducir la distancia entre nosotros y Villa Gesell. Palada a palada, los kilómetros que nos separaban del faro se fueron reduciendo lo mismo que nuestras ganas de seguir remando, como suele ocurrir. En Punta Médanos nos detuvimos a esperar una camioneta de PNA que nos estaba buscando, así que cuando nos encontró le informamos que continuaríamos remando durante un par de horas más.

Cuando volvimos al agua decidimos que nos detendríamos exactamente en un horario acordado y eso fue lo que hicimos. Al menos yo, no soy de lo que creen en el destino pero a veces la realidad se comporta caprichosamente, como si intencionalmente quisiera que uno empiece a sospechar acerca de la existencia de un plan que guía nuestros actos y que no conocemos. Entre Pinamar y Punta Médanos, sobre la costa se ven nada más que médanos, así que da lo exactamente lo mismo detenerse en un lugar que en otro. No había diferencia entre descender de los botes en el lugar que lo hicimos que hacerlo 100, 200 o 300 metros al norte o al sur. Casualmente, a pocos metros del lugar elegido azarosamente para acampar, el Vikingo encontró leña seca, una bandera de Pino y una revista de mediados del siglo pasado que relataba cómo los rosarinos habían perdido, por la mano del hombre, una isla natural llamada la isla de los bañistas y que estaba ubicada donde ahora están los clubes náuticos. Podíamos considerarnos afortunados por el hallazgo, en parte porque entre los médanos era muy poco probable encontrar leña y en parte porque no tenemos idea de lo que hubiéramos encontrado si nos deteníamos en otro lugar (quizás en otra zona de la costa se encontraban los restos de algún naufragio, un campamento de ninfómanas, etc.) Néstor encendió una fogata y compartimos una picada y algunos tintos, mientras escuchábamos el sonido de las olas romper en la playa.

Miércoles 14/03/2007: Villa Gesell.

Después de disfrutar de la visión de lo que debe haber sido el mejor amanecer del viaje, empezamos a llevar los botes hasta dejarlos cerca del mar, terminamos de cambiarnos y uno a uno fuimos pasando la rompiente.

La intensidad del viento era leve, venía del noreste y las nubes que cubrían el cielo no auguraban lluvia, al menos en un corto plazo. Mientras nos acercábamos a Pinamar, apareció un semirrígido de PNA que se aproximó a preguntarnos si veníamos bien. Le respondimos que sí y seguimos remando, con la intención de detenernos en esta localidad para almorzar. Salimos del mar apenas pasamos el muelle que usan los pescadores, justo enfrente de PNA. Al almuerzo, que consistió en la acostumbrada lata de duraznos o ananá, esta vez se le pudo sumar música, ya que los parlantes que llevaba Esteban en los tambuchos, que únicamente se venían usando al final de la jornada de remo, estaban más accesibles porque íbamos menos cargados. El sol seguía ausente cuando volvimos a remar en dirección a la ciudad de Gesell, cuyos edificios se veían en ese momento como unas formas borrosas y grisáceas bastante lejanas. Entre las dos localidades, lo único que se ven son médanos de un lado y mar del otro, así que el paisaje, aunque agradable, por momentos es un poco monótono. La idea era detenerse en PNA de Gesell, así que continuamos remando casi hasta donde termina la ciudad. Cuando bajamos, los guardavidas nos ayudaron a llevar los botes desde la playa hasta la guardería del Club de Pesca, Caza y Náutica de Villa Gesell, donde también nos permitieron acomodar las bolsas de dormir para pernoctar. Antes de irnos a dormir, uno de los guardavidas nos llevó en su auto hasta una parte de la ciudad donde encontraríamos un supermercado y una farmacia en la que Néstor compró un calmante para uno de sus ojos. También fuimos a un cyber para consultar el pronóstico del tiempo y lo que vimos nos preocupó: se pronosticaban dos días de sudeste intenso, lo que complicaría mucho nuestra llegada a MDQ. Cuando volvimos al club, se comunicaron con nosotros desde el canal de televisión local porque deseaban hacernos una entrevista, así que concertamos una cita para el día siguiente a las 08:30. Cenamos un espectacular asado preparado por Leo, uno de los guardavidas de allí que Esteban había conocido en su viaje anterior, y
nos fuimos a dormir, casi seguros de que al día siguiente deberíamos encontrar el modo de entretenernos en Villa Gesell.

Jueves 15/03/2007: Chotin’ Surfing

Parecía que el windguru no se había equivocado... y si lo había hecho, había pecado de optimista. Después del esfuerzo que hicimos para disponer de tres días para llegar a Mar del Plata (jueves, viernes y sábado) holgadamente, la intensa sudestada anunciada nos obligó a quedarnos en tierra. Por la mañana, vinieron una periodista y un camarógrafo del canal local de Villa Gesell a hacernos la entrevista acordada. Después, con Esteban nos fuimos a caminar unas cuadras por los suburbios mientras el Vikingo era conducido al hospital por el presidente del club así se hacía chequear el ojo. Aprovechamos para ver cuál era el pronóstico para el día siguiente y, desafortunadamente, el sudeste seguiría soplando, así que probablemente nos quedaríamos otro día sin remar. Después de almorzar, se ve que estábamos muy aburridos porque con Esteban no tuvimos mejor idea que meternos al mar a surfear las olas provocadas por la sudestada. Evidentemente, se encarnó en nosotros el espíritu del kayak surfer e intentamos emular a estos personajes que la tienen muy clara y que con botes de más o menos 2,30 metros hacen flat spins, enders, carthwheels, air loops, donkey flips, helix, etc. Bueno, nosotros, con nuestros botes de 5,50 metros, la única piruetita que hicimos fue el gorring-swimming (esto es, ponerse el bote de gorro y salir nadando) unas cuantas veces. Podríamos intentar justificar nuestra pobrísima performance argumentando que las olas tenían dimensiones importantes, que hacía frío, que había viento... la triste realidad es que somos simplemente chotos y no hay mucho más que decir. Después de brindar ese patético espectáculo (que encima está documentado fotográficamente) nos cambiamos y nos fuimos caminando hasta el centro, dimos algunas vueltas y terminamos cenando en Carlitos, un clásico de Villa Gesell.

Viernes 16/03/2007: Seguimos en Gesell.

El sudeste seguía soplando firme, y seguiría así a lo largo del día. Durante la noche anterior, habíamos estado hablando de cómo íbamos a hacer para llegar a MDQ si recién podíamos volver a remar el sábado por las condiciones climáticas. Personalmente, prefería remar únicamente hasta el sábado y encontrarme en Buenos Aires el domingo, así podía ultimar algunos detalles para un viaje a Mendoza. La situación de Esteban y el Vikingo no era la misma: ellos, si se complicaban las cosas, podían seguir remando hasta el lunes inclusive. Disfruto del remo y me gusta hacerlo sin ningún tipo de presión, por lo que no me gustaría encontrarme en una situación en la que tenga que presionar a alguien más por algún motivo exclusivamente personal. Nos separaban más o menos 90 kilómetros de MDQ y seguramente podrían hacerse en dos días con buen tiempo, aunque si las cosas se complicaban, no sería tan fácil bajarse del viaje más adelante. Por estos motivos, tomé la decisión de volverme a Buenos Aires desde Gesell, decisión de la que hasta el momento no me he arrepentido.... aunque si más adelante tengo ganas de hacer este viaje y no encuentro con quien realizarlo quizás cambie de opinión. Durante el último día que estuve con ellos nos dedicamos a caminar por los suburbios al sur de la ciudad y hacia el final de la tarde visitamos el célebre bosque donde está ubicada la casa del fundador de la localidad. Por la noche cenamos en un tenedor libre y después me subí a un micro de larga distancia, llegando a Buenos Aires por la mañana del sábado. Mientras yo me encontraba en mi querido Cabo Blanco (después de renunciar al asado en el Hispano en el que Erick festejaba su cumpleaños, lo que da una idea de cómo el remo puede afectar el funcionamiento mental de una persona trastornando cualquier escala de valores), Esteban y el Vikingo seguirían disfrutando de la navegación en el mar.

Sábado 16/03/2007: La Reserva

El mal clima de los días previos había terminado y la naturaleza nos permitía volver al mar. Desde temprano estuvo soleado, así que a las 7 de la mañana ya estábamos preparando todo con muchas ganas de irnos de Gesell, luego de permanecer dos días allí. Al poco tiempo de remar divisamos el faro Querandí, hacia el cual nos dirigimos y donde nos detuvimos para almorzar.
Sin perder más tiempo, volvimos a remar, dudando de forma casi permanente respecto de lo que iba a hacer el clima con nosotros. Desde que habíamos salido de Gesell, se veía una formación nubosa de aspecto dudoso hacia el sudoeste, la cual se nos acercaba cuando estábamos próximos al faro.
Cuando salimos del faro, después del almuerzo, el cielo se nubló por completo y el viento del noreste aumentó levemente, al mismo tiempo que veíamos lluvias alrededor nuestro.
Seguimos remando, aunque lo hicimos cortando clavos. Nuestra intención era remar hasta las 18:30, pero la rotura de los comandos del timón del vikingo, adelantó la retirada a tierra.
Con los últimos rayos del sol, reparamos el timón en la costa. Un guardaparques de la reserva, que nos había estado observando algunos kilómetros atrás, se acercó en su cuatriciclo hasta nosotros. El hombre, de trato cordial, nos permitió acampar, nos tomó una fotografía y nosotros le retribuímos el gesto dándole un par de analgésicos que necesitaba porque la farmacia de la reserva ya había cerrado. Cuando el guardaparques se marchó, volvimos a disfrutar de la naturaleza, el mar y la soledad. Encendimos un fuego y preparamos una cena con ingredientes varios, los últimos que restaban dentro de las bodegas de los botes. Antes de dormirnos al aire libre, “arrullados” por el sonido de la música seleccionada por mí (Iron Maiden, Ozzy, Nirvana, Led Zeppelín, Kiss, etc.), terminamos las tres últimas botellas de vino tinto.

17/03/2007: MDQ.

Como suele ocurrir en cada última etapa de todo viaje, surgía la nostalgia como resultado de saber que la travesía se terminaba. Si hubo un día en el que nuestra memoria se dedicó a recuperar recuerdos de los días previos, fue este. A diferencia de unas cuantas ocasiones anteriores, parecía que la última jornada de remo se llevaría a cabo en un espléndido día soleado. Después de despertarnos, todos mojados por el rocío que cayó sobre nosotros la noche anterior, desayunamos agua y galletitas mientras veíamos al mar mostrándonos su mejor cara, como invitándonos a remar en él. En apariencia, la única complicación sería un banco de niebla en nuestro rumbo a seguir.
Después de recoger unos caracoles de la playa, nos fuimos con muy poca indumentaria para remar. Una vez que superamos pequeñas rompientes, que así y todo tuvieron lo suyo, ya que el Vikingo recién pudo entrar después del tercer intento, no podíamos creer el magnifico día que hacía. El mar era como una pileta. Ondas muy suaves y largas, nos permitían disfrutar a pleno de la navegación en el mar. En esta oportunidad si valía la pena remar y el cubrecockpit termino viajando entre los elásticos de la cubierta. Dada la favorable situación, decidimos apuntar derecho a Mar del Plata, según lo indicado por el GPS. A poco mas de dos horas de partir, la niebla se despejó y el Vikingo con su formidable vista divisó algún edificio de la ciudad. De esta manera logramos alejarnos mas de lo acostumbrado de la costa sin temores. Al mediodía, nos faltaban aproximadamente 25km, y la deriva nos era favorable, sin remar muy lentamente avanzábamos hacia MDQ sin problemas. Hicimos tranquilamente todo lo que antes no habíamos podido realizar en el mar, zambullirnos, nadar, destapar tambuchos en la búsqueda de comida y fasos, abrir latas de fruta en cubierta y hasta hablar por celular. Luego de esta gran parada, continuamos remando, mientras la ansiedad por llegar aumentaba, y el deseo por tocar tierra firme también. A unos 15kms de llegar, el viento norte aumentó, en consecuencia las olas también, obligándonos a ponernos nuevamente el cubrecockpit.
Barrenar pasó de ser una actividad entretenida a convertirse en preocupante cuando estábamos cerca de MDQ. Desde lejos, apareció un lobo marino que por momentos parecía que venía a recibirnos y que hasta nos saludaba con una de sus aletas. Evidentemente, el sol, el agua salada y la soledad (sin mencionar los vinitos nocturnos) terminan afectando el funcionamiento mental y la gente se imagina cosas. Cuando nos arrimamos, el animal se alejó presuroso. Cuando estuvimos cerca de la playa Bristol, buscamos el sector donde hubiera menos gente y hacia allí nos dirigimos, terminando en el mejor y el más sencillo de todos los desembarcos, a eso de las 16:15.
Después de descansar un poco, nos fuimos hacia el puerto en búsqueda de algún club náutico para que por tierra nos viniera buscar el camión. Cuando salimos de la playa, el viento se había puesto más fuerte, las olas más altas y puntiagudas, por lo que gorrearse pasó a ser un hecho más probable. Sin embargo, volcar no era una opción porque las playas se habían terminado y la costa era menos “amigable”.
Después de dejar pasar a un crucero que venía de pesca, entramos entre las escolleras de acceso al puerto, buscando algún club. De ese modo, llegamos al Centro Naval, donde prácticamente podríamos decir que en buenos términos y respetuosamente, no nos aceptaron, y nos sugirieron ir a clubes. Así, terminamos en el YCA, donde pudimos ducharnos, tomar apenas una cerveza y cargar todo en el camión para emprender el regreso. Así terminamos el viaje con el Vikingo, viaje complicado desde el inicio y complicado hasta el final, al punto de no poder degustar una cerveza bien fría para celebrar la llegada.... lo que es algo muy malo.

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