Seguidores

martes, 18 de mayo de 2010

travesia Santa Fe / Tigre 2006







El martes 19/09 Pablo, Héctor y yo llegamos a la ciudad de Rosario, donde fuimos recibidos por Pepe Suárez y Beto Soriano. Estos amigos, que oficiaron de guías turísticos, nos llevaron a recorrer la costanera de la ciudad e hicieron gestiones para que encontráramos un lugar donde dormir.
Durante la noche de ese mismo día, organizaron una reunión en una pizzería en la que estuvieron, además de ellos dos, “Pepo” Cano, Gerardo Weir, Paco Vignati y “Toto” Soria.
Al día siguiente, durante la mañana, nos ocupamos de comprar los víveres comunes a todos los botes: latas de lentejas y arroz ya preparado, latas de atún, fideos, galletitas saladas y dulces, etc. Aproximadamente a las 14:00, Pablo y yo nos subimos a un micro que nos llevaría hasta Santa Fé, mientras que Héctor iría hasta Granadero Baigorria para reunirse con Damián “Chapita” Figueroa, encargado del traslado de los botes.
El viaje que realizamos con Pablo fue bastante breve y a las 16:30 ya nos encontrábamos en el Club Náutico El Quillá, lugar de la partida y en el que Jorge “Chiquito” Torres es instructor de canotaje.
Cuando llegamos, algunos de los alumnos de Chiquito estaban practicando técnica de paleo sobre un banco, mientras el resto remaba en la laguna que se encuentra entre la ciudad y las instalaciones del Club. Sobre la rampa, se encontraba el kayak que Jorge usa para sus travesías: el Inga, embarcación cuyo diseño es producto de las reflexiones surgidas en cuatro horas de mates que compartieron Chiquito y un amigo, en las que conversaron acerca de cómo debería ser un bote de travesía. Probablemente, este kayak sea uno de los botes para viajar más rápidos de los que se fabrican en el país.
En la botera del club, a excepción de uno, todos los kayaks eran para competición en velocidad. Sin embargo, debajo de una de las camas, apoyado en el suelo, se encontraba una réplica en PRFV del que quizás haya sido el bote de creek más popular años atrás: el Eskimo Topolino, que en nuestro país construyó SDK y que se utilizaba para jugar al kayak polo en los lagos de Palermo.
Después de las 18:00, llegó la camioneta de Chapita con los 4 dobles y el Narval del Toto Soria. Descargamos las embarcaciones y los bolsos, preguntándonos si lograríamos estibar todas esas cosas durante la mañana del día siguiente. Después, Chiquito aprovechó para informarnos cómo deberíamos proceder al día siguiente ya que el predio del club no tiene acceso directo al río. Para ello hay que salir por una puerta lateral, subir hasta una autopista de doble carril bastante transitada y descender por una barranca de piedras artificial de unos dos metros de altura. Parecía que no iba a ser nada fácil.

21/09: Santa Fe - Diamante
A la madrugada, cuando no había un mínimo resplandor en el cielo anunciando el nuevo día, la puerta de la habitación donde Pablo, Héctor, Toto y yo nos encontrábamos durmiendo, se abrió y escuchamos unos saludos. El Tano, Jorge, Aldo, Erick y el Vikingo acababan de llegar desde Capital Federal, completando la tripulación de los 4 kayaks dobles que esperaban que los pusiéramos en el agua.
Mientras desayunábamos, aprovechamos para poner a nuestros recién llegados compañeros de los acontecimientos de los últimos días, al mismo tiempo que esperábamos la llegada de Chiquito. Los que unos pocos minutos antes se habían bajado del micro nos comentaron que el viaje había transcurrido sin novedades de importancia, salvo el hecho de que la “cena” de a bordo dejó bastante que desear.
Cuando terminamos de desayunar llegó Chiquito y empezamos a trasladar los botes y el resto de las cosas lo más cerca posible de la puerta lateral del club. Después, teníamos que subir hasta la autopista y llevar lo que estuviéramos transportando hasta el guard-rail, esperar a que no viniera ningún vehículo, y cruzar el segundo carril. Una vez que nos encontrábamos del lado de la ruta, debíamos caminar unos 50 metros hasta donde se encontraba un muelle flotante, al que se accedía por un sendero de tierra.
No recuerdo cuántos viajes hicimos para trasladar todo, pero al menos no tuvimos que arrastrar los botes sobre las piedras para bajarlos al agua, que es lo que en un primer momento supusimos que ocurriría. A las 09:00, los cuatro botes dobles y los dos singles, el Narval de Toto y el Inga de Chiquito, estaban listos para zarpar. Los dos últimos nos acompañarían únicamente durante una parte del raid: Jorge lo haría hasta Diamante y el Toto hasta Rosario.
No lo podíamos creer, pero habíamos podido guardar todo lo que pensábamos llevar y únicamente habían quedado un par de bolsas secas que viajarían sobre las cubiertas de los Sherpas.
La navegación se inició por un canal que nos conducía directamente a uno de los tantos brazos del Paraná denominado Paraná Viejo. Jorge nos anunció que en este curso la corriente sería en contra, por lo que nos recomendó acercarnos todo lo que pudiéramos a los juncos que había junto a la costa. Después de menos de una hora de remo, llegamos a la desembocadura del canal, pudiendo observar un escenario distinto del que estamos acostumbrados y que, aún no lo sabíamos, se repetiría en los días siguientes.
Todos sabemos que, al menos teóricamente, se considera que una isla es una superficie de tierra rodeada de agua. En la primera sección del delta, lugar de nuestra práctica habitual de remo, las islas generalmente están separadas entre sí por arroyos muy estrechos, dándonos la impresión de que el agua se abre camino a duras penas entre la tierra, como si fuera esta última la que rodea a la primera.
En el lugar en el que nos encontrábamos esa mañana, la primera de primavera, a casi 500 kilómetros de Tigre río arriba, las islas estaban claramente separadas entre sí, rodeadas por grandes extensiones de agua de color león. A medida que nuestra navegación por este río avanzaba, notamos que nuestros kayaks eran las únicas embarcaciones que lo recorrían. Sobre la superficie, flotaban varios bidones, estáticos, como si la corriente no los hiciera derivar, indicando la presencia de trasmallos sumergidos, por lo que concluimos que nos encontrábamos en una zona donde el tránsito no era habitual.
Poco antes de detenernos al mediodía para almorzar, los tripulantes de los Asiak dobles solicitaron al Toto el nylon que suele colocar debajo de la carpa a modo de aislante e improvisaron una vela, que resultó lo suficientemente efectiva como para recorrer algunos kilómetros sin remar mientras los aguardábamos en la costa.
Para almorzar, abrimos un par de latas, de esas que traen arroz listo y las mezclamos con otras de atún, acompañándolas con galletitas. Cuando retomamos la remada, unos kilómetros río abajo de donde nos habíamos detenido a almorzar, nos encontramos con una bifurcación del río. A la izquierda, sobre la margen izquierda del Paraná, observamos una inmensa cuchilla, paisaje típicamente entrerriano, según nos comentó Chiquito. Nos desviamos hacia el brazo izquierdo de la bifurcación, ingresando al río Paraná propiamente dicho, reconocible por la presencia de las típicas boyas de veril rojas y verdes. Estábamos un poco distanciados en ese momento, así que nos detuvimos en una isla con un inmenso arenal ubicada a un par de kilómetros río arriba de la boca del arroyo Las Arañas para reagruparnos.
Una vez que la flota volvió a estar reunida, cruzamos el Paraná aproximándonos hacia la costa entrerriana, buscando la boca del arroyo Las Arañas, que nos conduciría directamente al Club Náutico Diamante. Llegamos a la playa del club a las 17:45, después de navegar 52,9 km a una velocidad promedio de 8 km/h.
Nos recibió el encargado del club, un joven muy amable quien nos indicó que, si lo deseábamos, podríamos utilizar un quincho para dormir. En un primer momento llevamos hasta el quincho los elementos que necesitaríamos durante la noche, pero después decidimos acercar también los kayaks por recomendación del muchacho.
Mientras nos instalábamos, el hijo de Chiquito y unos amigos llegaron a buscarlo a él y al Inga. Sin embargo, el kayak debió ser dejado en Diamante porque el vehículo no estaba en condiciones de llevarse el bote. Mientras caía la tarde, Chiquito se despidió de nosotros deseándonos la mejor de las suertes. Minutos después, el encargado del club volvió a aparecer ofreciéndose a llevar en su camioneta a aquellos que quisieran ir hasta Diamante.
La propuesta fue aceptada por la mayoría, con la excepción de Aldo, Néstor y yo, que preferimos quedarnos en el quincho para dedicarnos a preparar la cena. Sin embargo, antes de la comida, nos acercamos a unas casas en las proximidades del puerto buscando un lugar dónde pudiéramos tomar alguna bebida espirituosa.
Tuvimos suerte y encontramos un comercio algo rústico donde vendían comidas preparadas y había unas mesas dispuestas como para sentarse allí si uno lo deseaba. Mientras tomábamos una cerveza en ese lugar, nos llamaron la atención dos cosas: la gran cantidad de afiches de buena calidad anunciando encuentros de motoqueros en Diamante ocurridos en distintos años y la piel de un yacaré colgada de la pared. Terminada la bebida, volvimos al club, preparamos los fideos, cenamos y nos fuimos a dormir antes de que regresaran los demás.

22/09: Las islas.
A las 06:00, sonó el despertador de Héctor, simulando el canto de un gallo, sonido que conforme fueran pasando los días sería cada vez más familiar. Teníamos intenciones de estar en el agua a las 08:00 pero, como suele ocurrir, nos llevó unas tres horas desayunar, guardar los distintos elementos que habíamos bajado y trasladarlos, junto con los botes, los casi 100 metros hasta las aguas del arroyo Las Arañas.
Durante el desayuno, Erick nos comentó que el encargado del club, demostrando una excelente predisposición, los llevó en la camioneta a hacer reaprovisionamiento de algunos víveres y, en una especie de visita guiada por el pueblo, les informó que allí se llevaba a cabo el encuentro de motoqueros más importante del cono sur, lo que explicaba la presencia de los afiches.
Durante la corta distancia que remamos para llegar hasta el Paraná, pudimos apreciar con más detalle las torres ubicadas en el puerto de Diamante y que se utilizan para cargar cereales en los barcos.
Uno de nosotros comentó que éste había sido un puerto muy importante alguna vez. Como casi siempre ocurre cada vez que se recorre parte de nuestro territorio, abundan los lugares que en algún momento gozaron de bonanza económica pero que ahora han perdido ese esplendor.
Antes llegar a la desembocadura del arroyo, sobre la cima de la barranca, la presencia de una estatua de dimensiones importantes, representando a una mujer envuelta en una túnica, llamó nuestra atención. Cuando llegamos al Paraná, río al que Héctor denominaba “la cinta transportadora”, nos acercamos a la margen derecha para alejarnos de un remolcador de empuje paraguayo que navegaba en sentido opuesto.
Esa mañana soplaba viento de dirección noreste que, si se ajustaba a lo previsto en www.windguru.com, debería promediar a lo largo del día los 24 km/h. Es probable que haya sido así porque en la primera mitad del día se formaron algunas olas, permitiéndonos intentar algunas barrenadas. En uno de estos intentos, el Tsunami II llegó a alcanzar los 16,5 km/h
La tripulación de los Asiak decidió aprovechar el viento favorable y siguieron los experimentos con la vela, implementándose distintas versiones del catamarán que se formaba con los dos kayaks: los tripulantes de adelante sostenían la vela mientras los dos de atrás mantenían los botes juntos, o los dos de atrás remaban, o entre todos sostenían dos velas. Sin embargo, no alcanzaban la velocidad suficiente como para que navegáramos todos juntos. Por esta razón, los dos Sherpas veníamos encabezando el grupo, el Narval a la mitad de la formación y, detrás de él, los Asiak.
Nos pareció que el Toto venía un poco complicado para mantener una buena velocidad por el efecto de las olas y el viento en combinación con un bote que no tenía timón y que no parecía ser de los más estables. Con el Vikingo decidimos esperarlo y, cuando nos alcanzó, nos comentó que su kayak se estaba llenando de agua porque había salido de Diamante sin ponerse el cubrecockpit.
Lo acompañamos hasta la costa más cercana para que pueda achicar el Narval y colocarse el faldón, mientras el resto del grupo se reunía en medio del canal, dejándose flotar corriente abajo, aguardándonos. A medida que la navegación continuaba íbamos dejando atrás las boyas que indican el canal, sorprendiéndonos cuando descubríamos alguna muy cerca de la costa, concluyendo que seguramente se habría desprendido de aquello que la unía al fondo.
Antes del almuerzo, vimos otro remolcador que venía en nuestra misma dirección y terminó pasándonos. Esta embarcación y algún rancho de vez en cuando, eran los únicos indicios de la presencia de otros seres humanos en el lugar donde nos encontrábamos. Después de una curva del Paraná, descubrimos un inmenso banco de arena sobre la margen izquierda del río. Para acercarnos al lugar, salimos del canal principal y navegamos sobre un curso de agua de poca profundidad delimitado por la costa, de un lado, y una pequeña isla, del otro.
En el medio de este curso de agua, que seguramente era parte del Paraná, se encontraba varado un casco o, mejor dicho, los pocos restos de lo que en algún momento debió haber sido una embarcación. Cuando llegamos al arenal, descendimos de los botes teniendo la precaución de mirar dónde pisábamos porque habíamos recibido muchas advertencias respecto de las rayas y bajamos algunas latas para almorzar.
Mientras nos preparábamos la comida, el Toto estaba interesado en buscar una explicación al extraño comportamiento de dos viejas de agua, aparentemente moribundas, que se encontraban con casi la mitad del cuerpo afuera del agua. Durante el almuerzo, Pablo nos comentó que al bajar había tenido la sensación de pisar un cuerpo gelatinoso, lo que nos condujo a reforzar de aquí en más nuestras precauciones respecto de las rayas.
Concluido el almuerzo, volvimos a navegar y la intensidad del viento fue mermando. Deseábamos ver cuanto antes la boya del kilómetro 480, que era el destino pautado para esa segunda jornada de remo, así podríamos acampar con luz. Afortunadamente, pasamos lo suficientemente temprano por este lugar y decidimos continuar todo lo que fuera posible, aprovechando que aún era de día.
Aproximadamente a las 16:15 llegamos a la denominada Isla de los Pájaros. Coincidiendo con lo previsto por el servicio meteorológico de www.windguru.com, el viento noreste estaba dando lugar a un viento de dirección sudoeste cada vez mas intenso, confirmando una vez más el dicho popular de los navegantes “norte duro, pampero seguro”. Por este motivo, lo más conveniente era ganar cuanto antes la costa, en caso de que las condiciones climáticas fueran haciéndose cada vez más ásperas. Descendimos en una playa de arena de la mencionada isla, que debe encontrarse probablemente a la altura de la boya 474.
Con excepción de lo que nos parecieron ser un par de viviendas precarias ubicadas en una de las márgenes, la que está en el extremo norte de la isla, no había otros indicios de seres humanos en el lugar. Apenas desembarcamos, Héctor nos informó los números de la jornada: habíamos remado 58 kilómetros a una velocidad promedio de 9,9 km/h.
Después de cambiarnos la ropa, cada uno comenzó a buscar un lugar apropiado para instalar las carpas. En general, todos nos instalamos a relativo reparo del viento y a unos 10 metros de distancia del agua. El Toto, como buen baqueano, probablemente haya encontrado la mejor ubicación para la carpa porque, pese a que el viento sopló toda la noche superando sin lugar a dudas los 20 km/h, no necesitó ponerle estacas al sobretecho. Debido a que la mayoría de las otras carpas estaban dispuestas muy cercanas entre sí, se producirían, a lo largo de la noche, tropiezos varios con los tensores o las estacas.
Concluida la instalación, Toto inició la preparación de la cena que consistiría en un guiso de lentejas y, junto con Pablo y Aldo, hicimos los papeles de ayudantes de cocina, atendiendo a las indicaciones que nos daba el “chef”.
Erick aprovechó para comunicarse con Leandro, su hijo, para pedirle que averigüe las condiciones climáticas del día siguiente. Mientras los “cocineros” pelábamos papas o trozábamos tomates, el Vikingo se entretenía amontonando leña sobre la playa con la intención de hacer fuego.
Evidenciando una forma de pensar bastante catastrófica, casi todos manifestamos nuestra preocupación por la posibilidad de tener un fogón encendido a tan poca distancia de las carpas, por la gran cantidad de pastos secos que nos rodeaban y la intensidad del viento. Creo que hicimos todo lo posible para que el Vikingo desistiera de su proyecto y tuvimos la suerte de que no nos hiciera caso.
Jorge Villanueva, por su parte, aprovechaba los últimos minutos de luz para organizar un trekking por la isla convenciendo a Héctor, el Tano y a Erick de seguirlo.
Un rato después, a la luz de un fogón, en la playa de una de las tantas islas del Paraná, en dos ollitas ennegrecidas por el uso intenso, se cocinaba un delicioso guiso de lentejas con los ingredientes más diversos y al que hubo que agregarle fideos para que nadie se quedara con hambre.
Para la hora del postre, el Vikingo abrió un par de latas de duraznos en almíbar y, por último, a modo de broche de oro, el Toto preparó un té de sabor dulzón con hojas de una planta denominada salvia que crecía en el lugar. Antes de irnos a dormir, estuvimos charlando alrededor del fogón, rodeados de la más completa oscuridad, situación aprovechada por un par de bromistas, uno de los cuales se dedicó a arrojar elementos pirotécnicos y el otro a realizar apariciones súbitas de entre los pastos.

23/09: Pampero
Esa mañana, cuando nos acercamos al agua, comprobamos que la suerte se mostraría más mezquina durante esa jornada. La dirección del viento seguía siendo la misma que la de la noche anterior y, pese a que la corriente continuaba a nuestro favor, esto produciría sin lugar a dudas una merma en nuestra velocidad de crucero.
Cuando partimos de la Isla de los Pájaros, todos los botes, excepto el Inti Tata tripulado por Aldo y Erick, cruzaron hacia la margen izquierda del Paraná.
El Asiak, color granate y blanco, comenzó a navegar paralelo a la costa de la isla que abandonábamos, recostado contra la margen derecha, y continuó navegando así hasta que en un momento casi no lo podíamos ver.
Nosotros, del otro lado del río, veníamos a poca velocidad para no dejar al Toto atrás, ya que por las olas y por llevar una pala sostenida en los elásticos de la cubierta, perdía mucho tiempo en hacer los apoyos para evitar volcar.
Pese a la baja velocidad, la navegación era muy divertida al menos para los que estábamos sobre embarcaciones más seguras porque las olas de proa hacían que el kayak subiese y bajase, con las salpicaduras consecuentes.
Habíamos avanzado muy poca distancia cuando nos pareció ver que los tripulantes del Inti tata habían descendido en la costa opuesta, en un arenal bastante grande que se encontraba al reparo de una barranca. Le comentamos a Héctor que sería recomendable que nosotros cruzáramos para que ninguno de los botes se encuentre solo a tanta distancia del resto. Héctor estuvo de acuerdo, así que el Sherpa que él tripulaba junto con el Tano seguiría navegando en grupo con el Yemanyá y el Narval del Toto.
En el preciso instante en que intentábamos cruzar el Paraná, con la proa del Walhalla apuntando hacia donde se encontraban Aldo y Erick, el Vikingo me hizo notar que el timón no estaba funcionando bien. No podía precisar que estaba ocurriendo exactamente, pero la pedalera no respondía y la hoja se había trabado. Debido a que el kayak no tenía instalado el cabo para izarlo, comenzamos a derivar hacia la derecha cada vez que intentábamos acercarnos a la costa. Como si los problemas no fueran suficientes, una ráfaga de viento arrancó la gorra del vikingo que cayó al agua. Intentamos rescatarla, pero después de dar un par de vueltas alrededor de la misma sin éxito, concluimos que no era posible hacerlo en un tiempo razonable y decidimos abandonarla.
Pasado un buen rato, alcanzamos la costa en el lugar donde se encontraban Erick y Aldo. Subimos el timón y remamos unos 200 metros Paraná abajo, hasta un sector de la misma isla donde se encontraba el resto del grupo detenido, a la altura del kilómetro 460.
Este alto, que debería haber sido una breve parada, derivó en el almuerzo de la jornada. Mientras el Toto cebaba unos mates con agua del río calentada en un fogón, Aldo y Willie laminaban la pedalera del timón del Walhalla con elementos del kit de reparacion que transportaba el Yemanyá, que tenía resina, acelerador y fibra de vidrio.
Mientras esperábamos que la pedalera se terminara de secar, observábamos algunas barcazas de esas que se usan para transportar containers fondeadas en la margen opuesta.
A partir de aquí, la presencia humana sería cada vez más evidente por las distintas construcciones que encontraríamos. A medida que nuestros kayaks avanzaban por el Paraná, el paisaje podía resumirse en cerealeras, buques de ultramar fondeados aguardando que sea su turno de cargar y barrancas en toda la costa. Sobre éstas podían verse algunas casas, siendo las primeras las de la localidad de San Lorenzo. Después de unos kilómetros, aparecieron las inconfundibles columnas del puente que une la ciudad de Rosario con la de Victoria.
En esta zona el tráfico de las embarcaciones era mayor y las había de todo tipo: buques, chatas, veleros y lanchas. Una de estas últimas que venía a poca velocidad fue aprovechada por Pablo y Jorge, quienes literalmente se tomaron de la banda de babor para ser remolcados, cuando nos encontrábamos a la altura de Granadero Baigorria.
Cuando estábamos cerca del puente, nos adelantamos para esperar al Toto en la guardería de Puerto de Palos, así nos entregaba algunas cosas que llevaba en su bote porque no teníamos mas lugar en los nuestros. Cuando estábamos por desembarcar, vimos a un windsurfista local navegar su tabla a alta velocidad delante de los buques, aprovechando al máximo ese mismo viento que a lo largo del día nos había entretenido pero al costo de retrasarnos.
A las 17:45 llegamos a la dársena del Rosario Rowing Club, lugar en el que nos permitirían dormir gracias a la gestión realizada por Beto Soriano.
Lamentablemente, Erick llegó sintiéndose bastante mal como resultado de haber comido ese picadillo de carne enlatado llamada viandada. Cuando llegamos al club nos esperaban las autoridades, que nos indicaron que podríamos utilizar el gimnasio para dormir y nos indicaron la ubicación de las duchas.
En un primer momento pensábamos dejar los botes cerca de la rampa, pero nos sugirieron guardarlos en un galpón debido a que los sábados a la noche es probable que ingrese gente desde un local bailable lindero al club. Al final, optamos por dejarlos dentro del mismo gimnasio para disponer mejor de las cosas guardadas en el interior. Cuando estábamos trasladando los botes apareció Sebastián Muñoz de Palas Matrix a saludarnos, y nos brindó su ayuda. No pasó mucho tiempo más para que aparecieran Beto Soriano y Pepo Cano. El primero, como buen anfitrión, quería asegurase de que nos habían atendido bien en el club y vino a sugerirnos que colocáramos, en las ventanas del gimnasio, papel para que el sol no nos moleste por la mañana. Como no podía ser de otro modo, él se había encargado de llevar un rollo de papel y cinta. Pepo venía a ver cómo la estábamos pasando y a recordarnos que para el día siguiente nos tenía preparado pollo al disco en la isla.
Lamentablemente, los amigos rosarinos no pudieron acompañarnos durante la cena, en el restaurante que se encuentra dentro del club, sobre el gimnasio. Mientras cenábamos, apareció Frodo que pasó por el club para saludarnos. Después de haber remado 46 km a una velocidad promedio de 8 km/h, con lo que se denomina “viento e’ jeta” durante todo el día, fue muy agradable irse a dormir con la certeza de que al día siguiente nos esperaba una jornada completa para hacer fiaca.

24/09: Fiaca
Durante toda la noche anterior dormimos muy bien y tuvimos la inmensa satisfacción de levantarnos cuando quisimos hacerlo. Durante el día haríamos lo que nos hacía falta: remar poco y comer mucho. Sin embargo, como el encuentro con Pepo era recién al mediodía y todavía faltaba un rato, el Vikingo me comentó, apenas despertó, que tenía que pasar por lo de Chapita y que si quería lo podía acompañar así conocía el astillero de Plásticos Tigre.
Nos tomamos un taxi y nos fuimos hasta Granadero Baigorria, hasta la casa de Damián y Julieta quienes nos recibieron con unos mates y torta. Rato después, ayudamos a Damián a cargar un par de botes en su camioneta: un Sioux Aloha Loa de color verde petróleo y un Paraná que tenía para entregar en Puerto de Palos. No había tenido ocasión de ver ninguno de los dos botes de cerca. El Sioux daba la impresión de ser uno de los tantos derivados del Nordkapp con parte del casco en forma de “V”. El Paraná seguía las líneas de los botes marineros aunque parecía ser bastante más voluminoso que un clon del Nordkapp y el fondo del casco parecía ser bastante plano. Si mal no recuerdo, Damián destacó como virtud del bote su estabilidad. Cuando ví las líneas del Aloha, le pregunté si no me podía prestar uno para ir a la isla. El día anterior Pepo nos había ofrecido botes a todos para ir hasta allá, pero creo que la costumbre triunfó sobre la curiosidad, porque elegí remar en el bote que me pareció más similar al mío.
Junto con Chapita volvimos al Rosario Rowing Club y avisamos al resto de los que irían con Pepo (Aldo, el Tano, Jorge y Pablo) que nosotros iríamos a la isla en botes de Damián.
Por otra parte, Héctor y Erick permanecerían en tierra para hacer las compras de reaprovisionamiento del grupo y completar algunos trámites en Prefectura.
Desde Puerto de Palos, que debe ser la guardería de kayaks más grande de Rosario y, por ende, la más grande de la Argentina, partimos con Damián, el Vikingo y un amigo de Damián. Los 2 primeros y yo remábamos en los Sioux y el otro palista tripulaba un Chamán. El bote que probé me dejó más que conforme, ya que los tiempos de reacción y la velocidad crucero parecían ser muy similares a las del Franky. Fuimos los primeros en llegar al lugar en el que Pepo desplegaría sus virtudes de buen gourmet.
Hacía un poco de calor, así que iniciamos la degustación de algunas bebidas espirituosas para no deshidratarnos. No creo que hayan transcurrido quince minutos desde que estábamos allí, cuando vimos aparecer a Esteban Bragagnolo en su Franky blanco. Después de saludarnos, nos comentó que había conseguido los dos parlantes que el Vikingo le había pedido, aunque no se le ocurría para que alguien podría querer un par de parlantes en medio de una travesía.
Rato después, aparecieron Pepo y el resto, junto con integrantes de la guardería Cocodrilo.
Mientras Pepo disponía los trozos de pollo en el disco, mezclaba los condimentos, se aseguraba de que el fuego estuviera bien, nosotros nos dedicábamos al apilamiento de botellas vacías. Creo que almorzamos a aproximadamente a las 14:00 la comida preparada por Pepo que, junto el guiso de lentejas a la Soria, fueron las dos mejores comidas de toda la travesía.
En el caso de Pablo Banchero, el pollo de Pepo parecía ser o la mejor comida de su vida o la última, porque se sirvió unas cuantas veces y no paraba de repetir “esto está bárbaro!”.
Más tarde, cuando algunos estábamos terminando y otros ya estaban de sobremesa, aparecieron, entre otros, el Toto, Frodo, Felipe Hinojo y Pepe Suárez. El lugar se iba llenando de kayakistas, convirtiéndose en la versión rosarina a gran escala de Cabo Blanco, lugares destinados a reunirse para disfrutar charlas, comidas, bebidas, playa, sol, chicas que disfrutan del sol, etc; lugares ubicados lo suficientemente cerca de las guarderías como para remar lo menos posible, en definitiva, lugares espectaculares.
Alrededor de las 5 de la tarde, partimos del lugar con la intención de detenernos un momento en Isla Verde. En la playa de la que salimos debería haber unos 20 kayaks como mínimo. A medida que empezamos a remar por ese canal entre las islas podían verse muchos más kayaks emprendiendo el regreso desde otras playas. Cuando rodeamos la isla, con el puente a nuestra derecha, la ciudad adelante y las playas que se ven enfrente de Rosario a nuestra izquierda veo que sobre estas hay también más botes. Es en una de estas playas que se encuentra Isla Verde. El Vikingo ya había bajado del bote y fue fácilmente localizable por su bermuda. Bajé del bote y me acerqué a donde estaban todos, compartiendo más bebidas refrescantes. En el mismo lugar estaba Frodo con algunos de sus amigos, que el 02/01/2007 salen desde Rosario hacia Mar del Plata, razón por la cual estuvimos conversando con él y Esteban acerca de las características de la bahía de Samborombón.
Cuando al día ya le quedaba poca luz, volvimos a Puerto de Palos. Pepe Suárez nos llevó al Vikingo y a mí hasta el Rowing, y aprovechó para comentarme que me había dejado una pala de repuesto Weir que el Colo tenía que entregarme.
En el gimnasio del Rowing, convertido en nuestra base de operaciones, encontramos a Erick con buen ánimo pese a los acontecimientos del día anterior y a Héctor tratando de marcar unos waypoints en el GPS para que al día siguiente fuera posible localizar la boca del arroyo Yaguarón. Debido a que al día siguiente había que levantarse temprano, la cena fue muy breve, en un puesto de comidas rápidas situado en la costanera. Estuvieron presentes Erick, Jorge, Aldo, el Tano, Héctor, Vikingo, Esteban, Damián, Julieta, Pepe, Blanca y su novio. Bragagnolo aprovechó el momento para entregarle al Vikingo los parlantes y después nos quedamos un rato más los tres conversando a media cuadra del Rowing. Alrededor de las 00:00 volvimos al club, deseando dormirnos lo antes posible porque al día siguiente la remada iba a ser muy larga.

25/09: San Nicolás.
A las 06:00 volvió a escucharse el canto del gallo y los preparativos volvieron a tomarnos las tres horas habituales. De todas las jornadas de remo ocurridas y por ocurrir, ésta sería la más dura porque habíamos estimado que deberíamos remar más de 70 kilómetros para llegar a San Nicolás.
Las condiciones climáticas parecían ser favorables: el cielo estaba despejado y soplaba un noreste leve. Antes de la partida, que nuevamente fue a las 09:00, vinieron a despedirnos el Toto Soria y Beto Soriano. Este último nos ayudó a reparar un problema con el timón del Walhallla que, en caso contrario, debería haber esperado hasta San Nicolás para ser solucionado. Remamos siempre próximos a la margen derecha del Paraná, dejando atrás el puerto de Rosario, el monumento a la bandera y después las numerosas casillas que rodean a la ciudad. Cuando pasamos por una zona en la que había algunas barcazas fondeadas y un grupo de islas estaban muy cerca de la costa, la velocidad de la corriente era de 8 km/h.
Después de pasar por Arroyo Seco, cuando aún no habíamos remado la mitad de la distancia que deberíamos cubrir ese día, decidimos detenernos en un gigantesco banco de arena en cuya margen norte había algunos árboles muy pequeños. Los que nos alejamos un poco de los botes, varados sobre la playa, pudimos ver algunos nidos de aves realizados en la misma arena. Después del almuerzo volvimos a remar, y a unos 5 o 6 kilómetros río abajo nos encontramos con una importante curva que el Paraná hace hacia la izquierda y después a la derecha. Después de esta curva, la presencia de dos inmensos buques fondeados y de un puerto, nos hizo concluir que nos encontrábamos en la ciudad de Villa Constitución
Héctor nos comentó, mientras flotábamos comiendo alguna fruta, que deberíamos encontrarnos a menos de 10 kilómetros de la boca del Yaguarón, cuyo waypoint había marcado la noche anterior. Además, por la información que le habían brindado en Prefectura, sabíamos que no debíamos pasar la boya del kilómetro 362, supuestamente ubicada frente a la entrada del arroyo. Cuando llegamos a la boca, nos dejamos flotar nuevamente, satisfechos porque ya era una realidad que llegaríamos a San Nicolás.
Casi podría decirse que desapareció cualquier tipo de presión psicológica por llegar porque hasta nos dedicamos a divertirnos improvisando un cuatrimarán con los kayaks. A medida que nos acercábamos a la ciudad, remando por el arroyo, veíamos cada vez más gente en la costa ocupada en pescar, tomar sol, trotar, pasear en bicicleta o simplemente tomarse unos mates. Esto nos llamó poderosamente la atención, porque estaba ocurriendo un lunes después de las 16:00. Alguno de nosotros hasta llegó a pensar en mudarse a San Nicolás, considerando cómo se vivían en esta ciudad los días hábiles. Conforme nos fuimos acercando a la cúpula de la iglesia, muy próxima a una curva del Yaguarón, por el movimiento de gente que observábamos en la costa dedujimos que no habíamos llegado un lunes común y corriente.
A las 17:20 descendimos de los botes en la rampa del Club de Regatas San Nicolás, y allí nos comentaron que, casualmente, habíamos llegado a la ciudad el día de la Virgen del Rosario de San Nicolás.
Los números del día habían sido: 73 kilómetros remados a una velocidad promedio de 9,7 km/h. Como hacíamos siempre, nos bañamos, armamos las carpas y fuimos a la ciudad a reaprovisionarnos.
Algunos decidimos cenar en el club, utilizando las instalaciones del quincho para cocinar. Mientras preparábamos la comida, apareció un invitado de lujo: Gustavo Ayala, que había recibido nuestros mensajes de texto avisándole de nuestra llegada. Después de la cena, nos quedamos conversando con él hasta que el sueño nos sugirió que era hora de irse a dormir.

26/09: San Pedro
Como había venido ocurriendo siempre, a las 09:00 los cuatro kayaks ya cargados se encontraban en el agua. El día parecía que iba a ser un poco más fresco que el anterior, por lo que casi todos teníamos puestos los rompevientos.
Mientras remábamos buscando el río Paraná, escuchando Offspring mediante los parlantes de Esteban ubicados sobre la cubierta del Walhalla, podíamos ver a nuestra derecha las barrancas más altas de la costa de San Nicolás. En algunas partes de éstas, observábamos los restos de antiquísimas construcciones de ladrillos que parecían ser o haber sido desagües. Un par de kilómetros más adelante, desde un inmenso complejo fabril, se desprendían voluminosas columnas de humo de distintos colores.
Soplaba un leve viento sur, que fue intensificándose a medida que fue pasando el tiempo, y que iba haciendo más entretenida la navegación. A más de 30 kilómetros de San Nicolás, cuando ya habíamos pasado Ramallo, nos detuvimos en una pequeña isla para almorzar. Debido a que ésta se encontraba muy cerca de la margen derecha del río, los que tripulábamos los Sherpas decidimos no arriesgarnos a vararnos y nos detuvimos en la costa más expuesta al viento. Los palistas de los Asiak decidieron detenerse al reparo, comprobando más tarde que habían tomado la decisión más conveniente porque entre la isla y la costa derecha del Paraná un kayak podía navegar sin problemas de calado.
Más tarde, a pocos kilómetros de donde nos habíamos detenido, nos encontramos con la boca del arroyo Carpincho, que después desemboca en un espejo de agua de poca extensión denominado Laguna de los Patos. A través de esta laguna, ingresamos al arroyo Obligado en cuyas costas pudimos observar aves de distintas variedades, vacas, caballos, coipos y hasta una iguana.
A la derecha, en medio del campo, asomaba, entre las copas de los árboles de un monte, la torre del Castillo de Rafael Obligado, creador del “Santos Vega, el payador”. Cuando habíamos dejado atrás el castillo, escuché al Vikingo avisar “Yarará! Yarará en el agua!”. Por un momento creí que se trataba de un chiste, hasta que giré la cabeza hacia la derecha y pude observar, en el lugar donde Néstor señalaba con el remo, la silueta alargada del reptil deslizándose sobre el agua en dirección hacia nosotros. Afortunadamente, un par de fuertes paladas fueron suficientes para movernos lo bastante lejos para que la serpiente no representara un riesgo.
Continuamos por el arroyo hasta que su curso nos devolvió a las aguas del Paraná, donde nos cruzaron solamente un remolcador y un velero. No pasó mucho tiempo para que pasáramos por el mismo lugar donde el 20 de noviembre de 1845 las tropas argentinas al mando del Gral. Mansilla se enfrentaron con cuatro baterías pobremente armadas, en defensa de nuestra soberanía, a las dos flotas más poderosas del mundo en la batalla de la Vuelta de Obligado.
A unos 7 kilómetros de donde culmina esa curva que hace el Paraná en la denominada vuelta, nos encontramos con la boca del riacho San Pedro.
Continuamos por este arroyo, escuchando AC/DC, hasta llegar al Club Náutico San Pedro a las 17:00, después de haber remado casi 70 kilómetros a una velocidad promedio de 8,6 km/h. Dejamos los botes en la playa del club y nos instalamos en los cómodos dormitorios que nos facilitó la institución.
Todos nos sentíamos lo suficientemente cansados como para decidir no cocinar, optando por compartir unas pizzas después de reaprovisionarnos para los próximos días.
Después de la cena, Erick volvió a comunicarse con Leandro para consultarle el pronóstico del tiempo. Las novedades no fueron alentadoras: se pronosticaba lluvia y sudeste para las zonas de San Pedro y Zárate. Ante esta perspectiva, decidimos que al día siguiente navegaríamos por el arroyo Baradero para ahorrarnos 20 kilómetros con la certeza de poder llegar hasta Lima.

27/09: Lima
Cuando salimos de la habitación que ocupábamos en el club y vimos el aspecto del cielo por primera vez, creímos que el pronóstico que nos habían informado el día anterior estaba lejos de cumplirse. Sin embargo, considerando que las últimas predicciones se habían ajustado a la realidad, decidimos no arriesgarnos y continuaríamos con el plan de navegar por el arroyo Baradero.
Desayunamos al aire libre, en unas mesas dispuestas en el predio del club, cargamos los botes, que se encontraban en la playa, y a las 08:40 ya estábamos remando hacia la boca del arroyo de tan mala fama por su paisaje.
Después de remar unos 2000 metros entre buques, areneros y alguna chata, llegamos a la entrada del río en cuyas costas se veían algunos pescadores con sus cañas. A poco de avanzar, se hizo notoria la razón por la cual a este curso de agua se lo trata de evitar. Sobre la costa de la izquierda, casi no se ven árboles y la presencia ocasional de alguna vaca o un rancho intentan interrumpir, sin éxito, la monotonía del paisaje. Sobre la costa opuesta, que es un poco más alta, de vez en cuando aparece un grupo de árboles, y alguna casa. Quizás cuando llevábamos unos veinte minutos de navegación sobre el arroyo, unos nubarrones comenzaron a cubrir rápidamente el cielo.
Al poco tiempo, se desató una intensa tormenta, convirtiendo el escenario en el que nos encontrábamos en algo peor. Seguimos remando a pesar de la lluvia, que cuando se intensificaba reducía nuestra visibilidad, y dejamos atrás una planta industrial que parecía ser una pastera.
La tripulación de una chata que venía por el arroyo pasó saludándonos, mientras nos observaban con expresión de extrañeza, como si no pudieran creer que estuviéramos navegando en esas condiciones. La intensidad de la lluvia fue haciéndose cada vez menor, aunque continuaban cayendo algunas gotas.
Cuando pasamos por la ciudad de Baradero, al mediodía, el olor de un asado que estaban haciendo en un camping sobre la costa nos recordó que nosotros, dentro de una hora, deberíamos conformarnos solamente con unas latas para almorzar. Cuando llegó el horario acordado para el almuerzo, nos acercamos a la costa, buscando algún árbol cuyas ramas llegaran hasta el agua para detenernos a comer al reparo de la llovizna. El menú fue bastante sencillo, porque comimos lo que fuimos capaces de alcanzar desde los cockpits.
Continuamos con la remada, y el aspecto del paisaje siguió siendo el mismo, con la excepción de la fábrica Atanor y de alguna casona de dimensiones importantes. Hacia la última parte del arroyo, después de dejar atrás un camping de pescadores ubicado sobre la margen derecha, la presencia de la vegetación fue haciéndose cada vez más frecuente, como anunciándonos que el Paraná estaba cerca.
Remábamos cada curva deseando que fuera la última, pero el río seguía sin aparecer. Cuando por fin llegamos a la desembocadura del arroyo y vimos al Paraná, nos sentimos aliviados porque no faltaba mucho más para el camping ya que éste se encuentra cerca de Atucha, y los grises edificios de esta última ya eran visibles. En el momento en el que nos encontrábamos remando enfrente de la central nuclear, el cielo se abrió por unos minutos y ese breve instante en que los rayos solares nos bañaron mejoró nuestro ánimo. Llegamos al camping y, al entrar en la dársena, vimos que sería dificultoso subir los botes a tierra por el bajo nivel del agua, las características de la rampa y nuestro cansancio después de haber remado 62 kilómetros.
Afortunadamente, el Sr. Nin, dueño del camping, nos autorizó a utilizar la pluma que habitualmente destinada a elevar lanchas para subir los kayaks a tierra. Después de bañarnos e instalarnos en un dormitorio del camping para 8 personas, cocinamos unos fideos y una polenta porque las cantidades no eran suficientes.
Mientras cenábamos, Erick y Pablo hacían un recorrido por el pequeño poblado de Lima, que incluyó hasta una visita a la iglesia.

28/09: Otamendi.
Del mismo modo que había ocurrido el día anterior, el Sr. Nin volvió a facilitarnos el uso de la pluma para bajar los kayaks al agua. El viento, de dirección entre sur y sudeste, tenía un intensidad entre leve y moderada. A esto se agregaba que el Paraná presentaba corriente en contra, por lo que nuestra velocidad se acercaba a 7 km/h, promedio que descendía con cada flotada que realizábamos.
Cuando aún no habríamos remado unos 30 kilómetros llegamos a Zárate, sorprendiéndonos por toda la actividad que mostraba el puerto de dicha ciudad. Con intención de almorzar, nos detuvimos en el camping Las Tejas, ubicado sobre la margen izquierda del Paraná, después de pasar por debajo del puente más largo de la Argentina.
Mientras almorzábamos, la conversación versó acerca de nuestra situación. Estimábamos salir hacia Escobar a las 14:00 y creíamos que todavía teníamos que remar casi 40 kilómetros para llegar allí. Si nuestra velocidad seguía siendo la misma que habíamos mantenido durante la mañana, poco más de 6 km/h, demoraríamos aproximadamente siete horas en recorrer la distancia restante, por lo que recién a las 21:00 llegaríamos al CNRBE.
Ante esta perspectiva, decidimos remar unos 15 kilómetros más y detenernos en el primer lugar que encontráramos con costa accesible.
Pocos kilómetros río abajo de Zárate, después de una curva que hace el Paraná hacia la izquierda, vimos la ciudad de Campana. Todavía era temprano como para detenernos allí, así que decidimos seguir. Un guardacostas de Prefectura se acercó desde la margen opuesta y nos acompañó un trecho, después de solicitar nuestros datos. Los tripulantes de esta embarcación nos informaron que más adelante podríamos detenernos en un camping de pescadores cercano a un predio del INTA, en la altura en la que el río pasa por Otamendi.
Después de una curva hacia la izquierda que casi describe un ángulo recto, alcanzamos a ver, sobre la margen izquierda, algunas edificaciones. A medida que nos acercábamos al lugar, pudimos observar una chata transportando vehículos desde una margen a otra del Paraná. Debido a la hora, decidimos que exploraríamos la zona para determinar en cual de las dos márgenes nos detendríamos. Cerca de una rampa donde los vehículos bajaban y subían a la embarcación, se encontraba otra rampa con indicios de encontrarse en desuso. Subimos los botes por ésta y armamos las carpas sobre un camino de tierra, después de asegurarnos de que presentara aspecto de estar abandonado.
Tuvimos suerte porque en ese lugar había luz eléctrica y hasta un poste con distintos tipos de tomacorrientes, que utilizamos para cargar los celulares. Después, entrada la noche, cenamos al calor de un fogón, contemplando las luces de los barcos areneros y cerealeros que seguían navegando. Según los registros del GPS, durante ese día habíamos remado 42 kilómetros y suponíamos que nos faltaban aproximadamente 60 para llegar hasta Tigre.

29/09: Tigre
La temperatura de esa mañana era bastante baja en comparación con la de los días anteriores, ajustándose al pronóstico que nos había informado Leandro la noche anterior.
A las 09:30, después de algunos esfuerzos, el último bote ya estaba en el agua. Debido a que durante la noche el río había bajado, esto nos dificultó un poco la botadura de los kayaks. Afortunadamente, la dirección de la corriente seguía siendo la misma y eso nos permitiría mantener una velocidad similar a la de los días previos. Cuando doblamos la primera curva, con dirección a la izquierda, sobre la margen derecha del río vimos, a unos 4 kilómetros, unas edificaciones de poca altura y algunos barcos fondeados.
No podía tratarse de Escobar porque creíamos que nos faltaba bastante más para llegar allí. A medida que nos fuimos acercando, el aspecto familiar del lugar nos terminó de convencer de que estábamos muy cerca del Club de Náutica y Remo Belén de Escobar. Cuando llegamos a la playa, rodeada por el boyado que utilizan para delimitar el lugar donde juegan kayak-polo, hacía solamente una hora y media que estábamos remando.
Almorzamos tranquilamente en las instalaciones del club, después de saludar al presidente y agradecerle por la hospitalidad.
Poco después de las 13:00, con mucha tranquilidad, subimos nuevamente a los kayaks y continuamos la navegación por el Paraná hasta la entrada del Cruz Colorada.
Habíamos remado casi 15 km para llegar hasta el club y no deberían faltarnos más de 30 para llegar a Tigre. A unos 2000 metros río debajo de la boca del Carapachay, fácil de ubicar por la presencia del destacamento policial, entramos al Cruz Colorada, que nos condujo hasta el Espera, éste hasta el Angostura y después al Carapachay. Finalmente, desembocamos en las oscuras aguas del Luján, donde nos encontramos con las mejores olas de toda la travesía, que nos acompañarían hasta que los cuatro kayaks se encontraran fuera del agua, sobre la rampa del Club de Regatas Hispano Argentino.
Antes de que tuviéramos tiempo de abrir alguna de las bodegas de los botes para comenzar la descarga o de ir a buscar una de los carritos del club, o siquiera de tomar una foto, Héctor desapareció en el interior del restaurant que funciona en el club y volvió a aparecer en pocos segundos con una botella de sidra en la mano.
La agitó varias veces y el Vikingo se encargó de descorcharla, para después arrojarnos el líquido al estilo podio de carrera de autos, ante la mirada atónita de los transeúntes, quienes parecían no entender nada... lo cual no es muy importante porque las pasiones no tienen ni necesitan explicación.

No hay comentarios:

PROYECTOS EN MARCHA

ESCOBAR-MONTEVIDEO -ENERO 2012
MONTEVIDEO - PORTO ALEGRE - MARZO 2012
ENCUENTRO KAYAKISTA ISLA MARTIN GARCIA 2012